miércoles, octubre 2, 2024
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La sonrisa de Mona Lisa

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Todos los días, muy de mañana, abre la ventana que da al patio interior del edificio. Todas las mañanas tiende ropa o recoge ropa, porque Jorge está soltero y hace todas las labores de casa. Hace un año que se mudó al pequeño apartamento, recién independizado del hogar paterno. Jorge cobra una pensión porque tiene una minusvalía psíquica. Mínima, bien es cierto, pero suficiente para no ser un lumbreras. Trabaja en una empresa del ayuntamiento para discapacitados. Es una labor sencilla: empaquetar folletos que luego se repartirán en los centros oficiales, pero a Jorge le encanta. Cobra un sueldo, lo pasa muy bien con sus colegas haciendo chistes y además las educadoras son encantadoras.

Como ya estaba preparado, sus padres decidieron ofrecerle la posibilidad de vivir solo, de apañarse si ellos. Es un chaval alto, que acaba de cumplir los veintidós años, y aunque su madre viene de vez en cuando para echar un vistazo y hacerle esas croquetas que tanto le gustan, Jorge se encuentra feliz con su nueva vida. Además, el hecho de tomar responsabilidades consigo mismo, le ha hecho madurar y ya conoce el valor del dinero y lo difícil que es cuidar del hogar.

Por las noches tarda en dormirse, porque se entretiene mucho con la Play Station y hay veces que juega hasta que le vence el sueño, aunque luego le cueste levantarse.

Esta mañana se ha despertado con hambre  por lo que se ha calentado el Cola-cao y terminado vorazmente con las galletas María que tanto le gustan. Como su sentido de la vergüenza es similar al de un muchacho de doce años, ha abierto la ventana en calzoncillos si preocuparse de miradas ajenas. Pero su sorpresa es enorme cuando ve a una joven morena justo enfrente de él, asomada a su ventana, así que rápidamente se esconde detrás de la pared. Asomando tan solo un ojo, la contempla: es morena, ojos oscuros y luce el cabello recogido en un moño sujeto con un lápiz.

A Jorge se le antoja la mujer más hermosa del mundo.

Él nunca se había fijado en el sexo opuesto, la verdad, por lo que aquella mañana sufre una revelación de la carne y el amor. A partir de ahí, todas las mañanas abre la ventana, haga calor, truene o llueve-eso si con los pantalones puestos-, para contemplar a la hermosa vecina a la que espía, a la que dibuja  como un niño dibujaría a su madre, a la que compara con un cuadro que un día vio en internet: La Mona Lisa, de un tal Leonardo Da Vinci, que debía de ser un hombre muy inteligente.

Así que Jorge la dibuja en sus cuadernos, en sus cartulinas, en cualquier trozo de papel que encuentra. Jorge llega incluso a llevar unos de su dibujos al trabajo.

-Es mi novia-comenta satisfecho a un compañero.

-No me lo creo, Si fuera tu novia sonreiría-responde el otro.

Y Jorge cae en ese momento que es verdad, que nunca la ha podido dibujar sonriendo por la sencilla razón de que no lo hace. Incluso no sabe si ella se da cuenta de sus miradas.

Y aquella tarde, cuando vuelve del trabajo, se encuentra a la vecina en el portal, discutiendo con un hombre. Este la amenaza con golpearla y levanta la mano contra ella. Fuera de sí, Jorge se lanza contra el chulo y le da tal paliza que le manda al hospital, al tiempo que le dice “¡cobarde mi mama dice que a las mujeres no se las pega!”.

Cuando llega la Policía, no presenta cargos contra Jorge, porque es una alma inocente, todo lo puro que puede ser una persona y ha hecho lo correcto.

Al día siguiente, cuando Jorge abre la ventana, la hermosa mujer le dedica una enorme sonrisa. Jorge corre a dibujarla: ahora si puede.

Y cuando lleva el dibujo a su trabajo y dice “es mi novia”, el compañero se lo cree, porque ahora si está sonriendo.

José Romero

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