Mediáticamente anulado por la celebración del “Orgullo Gay” internacional en Madrid, tuvo lugar el pasado 28 de junio en las Cortes un acto solemne para conmemorar los 40 años de las primeras elecciones en España tras la dictadura franquista con la sorprendente ausencia del Rey emérito Juan Carlos I quien se ha dolido por ello.
Cuenta entender este olvido porque nadie duda que su contribución a la España democrática que disfrutamos hoy en día fue enorme. Ello podría, incluso, trasladar el mensaje de que los españoles somos unos desagradecidos. El argumento de que desde que ocurrió, hace ya tres años, el relevo en la Jefatura del Estado, imperan unas reglas protocolarias para que no coincidan el predecesor con el sucesor no es satisfactorio porque, en todo caso, esta era una situación clara para una excepción. Consterna que no hubiese un lugar adecuado para Juan Carlos I.
Surgieron rumores, lógicamente, que fueron desde que no se quería quitar protagonismo a Felipe VI a que se temía contra Juan Carlos I la algarada de algunos diputados, pasando por que se le ofreció estar en la tribuna de invitados, donde, por cierto, estuvo Pedro Sánchez al no tener escaño. Esto último hubiera sido improcedente para quien fue uno de los actores principales de la Transición y cuyos supervivientes se sentaron en el Hemiciclo. Es mejor olvidar las otras especulaciones que podrían denotar inseguridad o falta de confianza en la segura reacción de apoyo de la gran mayoría de los diputados. Tampoco salen bien parados de este episodio, por aparente pasividad, el Parlamento o el Gobierno.
Los pueblos que no conocen su Historia, o solo aquellas partes de la misma que conviene a algunos, apenas tienen futuro porque éste no podrá asentarse firmemente en una voluntad histórica popular, que es la que da coherencia a un presente fruto del pasado y que es la base de un porvenir en continuidad.
Recordar, merecidamente, a todos los actores principales de la Transición esencialmente pacífica de una dictadura a nuestra actual Democracia dejando en el fondo del armario a quien trabajó en favor de una España semejante a otras monarquías democráticas europeas, en las que se alían tradición y libertad, y que se enfrentó a los golpistas del 23 de febrero de 1981 ha sido más un error que una injusticia.
Son estos errores los que dificultan la comprensión y transmisión del pasado a las nuevas generaciones y ello con más abundamiento cuando comprobamos que desde ciertos sectores juveniles se intenta desprestigiar la Transición para favorecer cambios interesados de carácter populista que no mejorarían nuestra convivencia. Otra cosa es la consciencia de que caminamos hacia tiempos nuevos.
Ha quedado, así, diluido en cierto anonimato el paso positivo del Felipe VI de designar por su nombre y apellido la dictadura franquista y señalar que ni ésta ni la guerra civil podían haber servido de base a nuestra democracia renacida que tantos avances nos está proporcionando sin perjuicio de mejoras necesarias para perfeccionarla, una labor continua en todas las democracias, superando en nuestro caso las limitaciones de la Transición y adaptándola a la evolución de la sociedad española en íntima relación con la europea de la que formamos parte y con cuyo futuro estamos comprometidos por vocación y necesidad.
Por ello la reforma de nuestra Constitución es imprescindible. La cristalización de la misma es perjudicial para la calidad de nuestra democracia e, incluso, para su mantenimiento. Las mejores Constituciones son aquellas que pueden ser adaptadas paulatinamente mediante continuas enmiendas. Cuando no es así, acaba llegando un momento, peligroso, en el que la tentación puede ser la de hacer tabla rasa de todo, tirando a la basura tanto lo malo como lo bueno.
El PSOE es el que más claramente ha venido estudiando y proponiendo los cambios que juzga necesarios para nuestra Constitución de 1978. El establecimiento de una comisión con Ciudadanos para considerarlos y ampliar el apoyo a esta necesaria adaptación es una muy buena noticia. Sin duda, parte de la solución a la problemática catalana pasa por ello, pero también son necesarias otras adecuaciones como la consolidación de derechos sociales, como sanidad y educación, o la igualdad de género en la sucesión de la Corona española.
El Partido Popular tardó 27 años en condenar en el Congreso de los Diputados el golpe militar del 18 de julio de 1936. Más vale tarde que nunca. Sin embargo, otros aspectos son aún necesarios para saldar justamente la memoria histórica. Entre ellos, enterrar dignamente a aquellos que aún están olvidados en las cunetas donde les fusilaron sumariamente, cualquiera que fuera su bando, si es que pertenecían a alguno. El olvido es parte de toda reconciliación, pero no cualquier olvido.
Carlos Miranda es Embajador de España
Redacción