Si anda Usted de vacaciones, como quien suscribe, debe reivindicar lo que es fundamental: un arroz mediterráneo soberbio, una siesta equivalente y una temperatura digna. Usted y yo sabemos que es el único modo de pasar el pavoroso estío al que nos vemos condenados.
Le convoco a resistir. Sepa que cuñados, parejas o quien Usted haya elegido como compañía vacacional conspiran contra sus deseos.
¡Adelgaza!, aúllan los conspiradores cuando Usted, tras dar cuenta de un arroz mediterráneo soberbio, se queja de una indigna temperatura que le impide una siesta de calidad. No se puede sestear bajo el olmo, en el patio andaluz o bajo la palmera levantina. Y eso, aseguran los malvados, es culpa de nuestro volumen.
Este es el primero de los falsos mitos de la tórrida temporada, que este columnista viene a desmentir en una innegable tarea de servicio público: entre sus lípidos y la temperatura del mar no hay relación demostrada.
Niegue el argumento; los lípidos que adornan su esbelta cintura e incluso acrecientan su belleza interior no guardan relación alguna con tan escandalosa temperatura.
No producen carbono, nuestros lípidos no son metano cual si fuéramos gorrinos descomponiéndonos. Aún más, sepan, que el consumo de aceite que nos adorna, especialmente los vegetales, reducen las producciones más nocivas.
Rechace la falacia, camine hacia su aposento climatizado con la dignidad con la que cantaría el himno de Nabucco y murmure para que sus enemigos le escuchen: ¡ Os parecéis a Trump! Aproveche el minuto de desconcierto que se producirá, inevitablemente, en la mesnada enemiga y dedíqueles su mejor sonrisa de victoria.
No; no somos los culpables de haber perdido el olmo y el botijo; el pajarillo fastidiando al lado del pozo y , sobre todo, las doce primeras curvas del Alpe D´huez, durmiendo. Niegue, amigo y amiga, el argumento y señale a los verdaderos culpables.
Esa recomendación acientífica que Usted soporta un verano tras otro solo sirve para legitimar el silencioso tránsito de nuestros veranos hacia desérticas temporadas.
Quienes conspiran contra nuestra siesta con digna temperatura, usan nuestras cinturas para negarse a si mismos el desastre planetario al que nos envían Trump y sus profetas. Ahí los tienen, prefieren el murmullo y la recomendación maledicente a culpabilizarse por nuestro maltrecho planeta.
Vale, les asiste la razón médica. Pero, Usted y yo sabemos la verdad: nos envían a correr, danzar y a ejercicios que destrozarán nuestros lumbares, mientras incuban verdaderas maldades en sus comportamientos.
Esos musculados muchachos y muchachas que obligan a los gimnasios a excesivos consumos de energía. Esos «hipsters» amantes de raras frutas que no se producen en el mediterráneo y que crecen en invernaderos con insoportables consumos de agua. Y muy especialmente, señale, sin miedo alguno, a esos «runners» de su pandilla que se acompañan de esas botellitas de plástico que contaminarán por décadas nuestro mar.
Eso si es culpabilidad. Niegue el argumento. No hay curva asintótica, variable de correlación ni medidas empíricas que demuestren la falacia.
Aceptemos las razones de salud; incluso, que debemos liberar al presupuesto de sanidad de nuestras múltiples dolencias y recurrentes análisis de colesterol. Pero establezcamos una frontera frente al más «fake» de los argumentos trumpianos: no; el sobrepeso no guarda relación con el cambio climático
Juan B. Berga