lunes, noviembre 25, 2024
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Elogio del botijo

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Vivimos en una sociedad dependiente de la electricidad. Casi todo, funciona con electricidad: la luz de los hogares, muchas calefacciones, el aire acondicionado, las cocinas y hasta los consoladores que van a pilas.

De hecho la electricidad ha cambiado al ser humano. Por ejemplo, antiguamente nos acostábamos cuando el sol estaba poniéndose y nos despertábamos con el canto del gallo al alba. Hoy en día, la luz artificial ha conseguido que cojamos la cama más tarde-estamos viendo la televisión seguramente-, y podamos entrar al trabajo cuando no es de día aun.

Las comunicaciones se han desarrollado en los últimos años de forma exponencial. Gracias a la electricidad podemos hablar e incluso vernos por el teléfono móvil a miles de kilómetros de distancia.

Los científicos hablan de la posibilidad de un cataclismo que acabase con la producción de electricidad. En ese caso, el mundo volvería a la edad de las cavernas ¿Podemos imaginar que sería de nosotros si tuviéramos que hacer fuego con un palo y hierba seca para poder cocer la comida o tener calor y luz? Desde luego, es un avance tan maravilloso y espectacular que hace que nos preguntemos constantemente: ¿Cómo era posible la vida anteriormente a la electricidad?

Y ahí entra el ingenio humano y más concretamente el español. Desde tiempo inmemorial, en nuestros pueblos y en nuestras fincas, hemos logrado mantener el agua fresca sin necesidad de electricidad, pilas o baterías. Y lo logramos gracias a un invento humilde y modesto, fruto de la agudeza española: el botijo.

Sin duda, el botijo es uno de los grandes inventos de la humanidad. Recuerdo cuando era niño y pasaba las vacaciones en el pueblo paterno, las temperaturas eran altísimas-la lluvia en Sevilla es una maravilla-, pero cuando tenías sed siempre estaba el botijo-a la sombrita como se dice por allí-, de la casa preparado para darnos agua fresca. También en mi memoria esta la estampa de los albañiles-ahora se llaman obreros de la construcción-, reventados de calor, que entre ladrillo y ladrillo, hacían un aparada para echarse al coleto un buen trago de agua enfriada en el botijo. Y hay ocasiones en las que miro al rincón de las habitaciones de mi casa, buscándolo, que es como buscar el pasado que no volverá ¿o si?

Si, ya sé que soy un antiguo, pero cuando pienso en la sed que el botijo ha quitado, no tengo otro remedio que recomendar a su anónimo inventor para el Premio Nobel de Física, porque ¡hay que joderse lo que sabía el tío de fluidos y temperaturas!

José Romero

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