lunes, noviembre 25, 2024
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A golpe de descalificación y ruido

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Todas las instituciones de tipo parlamentario, acaban su periodo legislativo antes de verano. Es bastante probable que casi nadie recuerde si esas instituciones han producido algún resultado relevante para su vida, pero seguro recuerdan el intercambio de improperios, insultos y descalificaciones. En suma, el ruido se ha impuesto a la política.

Nos pasamos el tiempo recomendando a la gente, a nuestros hijos, a los más jóvenes, la necesidad de evitar, en nuestra vida cotidiana, expresiones de descalificación personal, insultos, todo aquello que convierta al ajeno en enemigo.

Sin embargo, nuestra prevención para la vida doméstica, no se extiende a la vida política. Hemos vivido, por ejemplo, dos mociones de censura parlamentarias, Madrid y Gobierno del estado, que han sido tan parcas en contenido como exuberantes en descalificaciones.

El resultado de la descalificación como política es, sin duda, una notable falta de eficacia de los parlamentos, una erosión de las posibilidades de acuerdo y un notable bloqueo institucional.

La política de la descalificación, el primer producto de la ira política, reduce la eficacia parlamentaria. Los parlamentos tienen dos objetivos: el control y la producción legislativa. En ambos casos, las instituciones españolas están ofreciendo magros resultados. El control se evade, porque quien gobierna no quiere explicar y quien controla no quiere controlar. Unos y otros se escurren por la sencilla gatera del insulto.

La legislación no crece, a pesar de las muchas necesidades sociales, porque el pluripartidismo no se ha traducido en una mayor capacidad de negociación sino en un redoblado conflicto. El bipartidismo ha sido sustituido por la confrontación entre dos bloques ideológicos, que se vigilan en su seno con evidentes intenciones electorales y tratan de empujar al otro a los límites del sistema político.

La ausencia de moderación y, como consecuencia, la ausencia de encuentro y negociación conducen a un bloqueo institucional. Todo el mundo se siente cómodo en un papel institucional que requiere poco trabajo, mucha comunicación y muchos sondeos preelectorales.

No parece que la política del conflicto esté produciendo demasiados réditos a las oposiciones, no parecen dibujarse demasiadas alternativas de gobierno. Tampoco parece que los gobiernos estén ampliando sus bases de apoyo social. Esta es la mejor expresión del bloqueo político que, a la vez, es un síntoma del alejamiento de la gente de la política y lo público.

La decepción con las instituciones tiene que ver, sin duda, con la necesidad de regeneración ética pero, también, con el hecho objetivo de que la presencia de las fuerzas políticas se ha convertido en algo poco relevante para resolver problemas concretos de la gente.

Las instituciones parlamentarias, las municipales tienen su propia dinámica que con escasas excepciones tienen una mayor proximidad, se hayan profundamente divididas en bloque que difícilmente son capaces de convenir acuerdos.

EL Congreso de los Diputados es un buen ejemplo. Cada bloque político se haya inmerso en un conflicto electoral – disputa en la izquierda o defensa del PP respecto a Ciudadanos-, con los nacionalistas a lo suyo. Ninguna de las fuerzas de la oposición, con algún matiz en Ciudadanos, es capaz de utilizar su presencia política para influir mediante propuesta y negociación en el gobierno.

SI no hay espacio para la política, solo lo hay para el conflicto. Si se renuncia a la negociación, solo cabe el insulto al adversario, cada vez más convertido en enemigo.

Los periodos parlamentarios acaban a golpe de descalificación y ruido. El desprecio a necesidades sociales aleja a la gente de las instituciones y la democracia. Estos son los efectos del ruido, del devaluado juego político.

Libertad Martínez

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