Decía Unamuno que Bolívar era un personaje quijotesco en sus aciertos y en sus errores. Era culto, cosmopolita, elocuente, imaginativo. El ensayista e historiador venezolano Rufino Blanco Fombona decía, bajo el mismo título de esta columna, que la inteligencia se descompone en cinco aptitudes intelectuales superlativamente desarrolladas por el Libertador: la memoria, la imaginación, la atención, la inspiración y el juicio. Todo lo que al pobre Maduro le falta. Hoy don Quijote está muy lejos de Caracas.
Si el tan apelado Bolívar viese en lo que han convertido su Venezuela, si viera las trapacerías de Maduro por mantenerse en el poder junto con los aprovechados, esa casta que tanto execraba Simón Bolívar, si viera cómo ha destruido el país. Un país que tiene de todo, minerales, agricultura, ganadería, selvas, mares, que ha tenido cultura, un país donde la música ha sido parte de la educación general. Todo lo que está haciendo Maduro es lo que Bolívar detestaba, es hacer con falso discurso progresista, la vieja política, el caudillismo y el interés personal.
Como esas personas en cuya juventud se augura una edad adulta sosegada, luego echada a perder por malos derroteros, así hoy Venezuela, un país que es crisol de razas; una país de donde saldrían los adalides de la independencia, los sueños americanistas, es hoy el furgón de cola del continente.
Si no fuera porque los muertos, la pobreza forzada, los exilios provocados por ese desgobierno, son demasiado tristes y trágicos, Maduro sería simplemente el hazmerreir del mundo.
La destrucción sistemática de la sociedad civil, de las instituciones, son algo semejante, en lo humano, a la destrucción de Siria. Sólo que en Venezuela sí hay una oposición y unos disidentes que no son fanáticos, que pueden reconstruir el país. Pero costará mucho tiempo remediar el desastre económico y humano, restañar las heridas profundas por la división que ha creado, que ya no es división de clases ni de razas, sino algo mucho más profundo, mucho más incurable. La convalecencia de Venezuela será larga, cuando por fin pueda empezar en paz.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye