¿Realmente fue tan “numantina” la resistencia de Numancia contra Roma? En el imaginario colectivo guardamos la memoria de la heroica defensa durante décadas de la pequeña urbe soriana, perteneciente a la cultura celtibérica, frente a todo el poder y capacidad militar de Roma, el Estado más poderoso del Mediterráneo. Una resistencia casi sobrenatural que, una vez fue evidente que no podría prolongarse más, condujo a sus habitantes al suicidio en masa, al preferir darse muerte los unos a los otros antes que caer prisioneros del enemigo
Y, efectivamente, este mito no es del todo ajeno a la realidad, pero en este año que se cumplen 2150 años de la caída de la ciudad, sí que conviene atender a algunos matices importantes que nos permiten comprender lo sucedido. En el recientemente publicado ejemplar de la revista Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 41 dedicado a Numancia se analizan los pormenores de este fascinante episodio.
La integración de los pueblos celtibéricos en la República romana no fue repentina sino progresiva. Los primeros contactos entre Roma y las ciudades celtibéricas –entre las que figuraba Numancia– se produjeron con ocasión de las luchas entre Roma y Cartago por el control de la península. En aquel momento, los celtíberos vendían su fidelidad al mejor postor, a aquel que ofreciera mayores ventajas, prebendas o porción del botín. Así, vemos a contingentes de tropas celtibéricas servir bajo bandera cartaginesa y romana indistintamente, a las que se vinculaban por alianzas puntuales. En este contexto, la autonomía de las poblaciones respecto a cartagineses y romanos era ¿Realmente fue tan “numantina” la resistencia de Numancia contra Roma? En el imaginario colectivo guardamos la memoria de la heroica defensa durante décadas de la pequeña urbe soriana, perteneciente a la cultura celtibérica, frente a todo el poder y capacidad militar de Roma, el Estado más poderoso del Mediterráneo. Una resistencia casi sobrenatural que, una vez fue evidente que no podría prolongarse más, condujo a sus habitantes al suicidio en masa, al preferir darse muerte los unos a los otros antes que caer prisioneros del enemigo.
Muy amplia, y consecuentemente amplia también la libertad de los contingentes militares celtibéricos respecto a estos; en algún caso, incluso, hasta el punto de poder abandonar cuando quisieran, como sucedió cuando el general Cneo Escipión vio a sus contingentes de aliados abandonarle en vísperas de la batalla contra los cartagineses, lo que asumió, a decir de las fuentes, con desesperación pero casi con alivio de que al menos no hubieran vuelto sus armas contra él. Como era de esperar, a la mañana siguiente Cneo era derrotado y perecía, consumido por las llamas en la torre en la que trató de buscar refugio.
Ahora bien, con el fin de la Segunda Guerra Púnica, los cartagineses fueron expulsados de la península y Roma se convirtió en el nuevo amo. El trato dispensado a los pueblos indígenas se endureció sobremanera. El territorio fue dividido en dos provincias, cada una con su administración y, junto a ello, vinieron las exacciones fiscales, las corrupciones, los abusos de los gobernadores. Muy pronto comenzaron las rebeliones indígenas contra la nueva potencia opresora. La Celtiberia seguía fuera del ámbito romano, pero en 197 a. C. se produjo una rebelión entre sus vecinos meridionales, los íberos, y los celtíberos acudieron en su ayuda. Roma decidió escarmentar a estos últimos y fue así como los primeros ejércitos romanos entraron en territorio celtibérico (195 a. C.). A lo largo de los sesenta y dos años siguientes se producirían hasta tres guerras celtibéricas, en las que la ciudad de Numancia tendrá un mayor o menor protagonismo, en particular en las dos últimas.
En la segunda Guerra Celtibérica, también llamada “de fuego” (154-152 a. C.), es cuando convergen todos los ojos en ella, al recibir a modo de refugiados a los habitantes de otra ciudad (Segeda) en guerra con los romanos y vencer en varias ocasiones, numantinos y segedenses, a las tropas romanas, en ocasiones de forma muy contundente. Tanto es así que incluso un cónsul romano llegó a firmar un tratado de paz con los numantinos en igualdad de condiciones, lo que para Roma era verdaderamente humillante.
Pero será en la tercera y última (143-133 a. C.) en la que Numancia descollará como la gran protagonista. Fue entonces cuando, tras seis décadas de guerras y paces entre Roma y los pueblos celtibéricos, Roma decidió dar carpetazo al asunto y envió 60 000 legionarios romanos encabezados por el célebre general Escipión Emiliano (o Africano Menor), que se plantaron ante unos 4000 numantinos encerrados tras sus murallas, a los que sólo tras un durísimo asedio de once meses lograron someter (133 a. C.). Tras ello se produjeron las terribles escenas que narran los historiadores, cuando los numantinos se arrojaron al suicidio para arrebatar a su vencedor la satisfacción de su captura. Otros pocos decidieron entregarse al general romano:
[…] sus cuerpos estaban sucios, llenos de porquería, con las uñas crecidas, cubiertos de vello y despedían un olor fétido; las ropas que colgaban de ellos estaban igualmente mugrientas y no menos malolientes […] temibles en su mirada, pues aún mostraban en sus rostros la cólera, el dolor, la fatiga y la conciencia de haberse devorado los unos a los otros (Apiano, Iberia 97; trad. A. Sancho Royo).
Pero, ¿cómo pudo resistir la Celtiberia durante tanto tiempo a la mayor potencia del Mediterráneo? La investigación moderna señala varios culpables, pero quizá el más importante de todos ellos fuera la coyuntura política internacional. Durante el periodo que tratamos Roma se vio envuelta en toda otra serie de “compromisos” mucho más acuciantes, como las cuatro guerras en Macedonia, la Guerra Romano-Siria, la Guerra contra los gálatas, la Guerra Iliria, la Tercera Guerra Púnica y la Guerra Aquea. Es por ello que el Senado no pudo volcarse con el “problema celtibérico” hasta que hubo cerrado todos estos frentes. A ello debemos añadir que el ejército romano no era por entonces profesional, sino una milicia ciudadana cuya recompensa por servir en el ejército era el recibimiento de parte del botín de guerra tomado en las conquistas. Y, puesto que Celtiberia era relativamente pobre, poco botín se podría esperar de guerrear en ella, lo que llevó a que nadie quisiera combatir en este teatro de operaciones.
Desperta Ferro