Resulta que hallándome de vacaciones en la costa del Levante español -si los antiguos corsarios y piratas levantasen la cabeza, se harían de oro secuestrando guiris para pedir posteriormente un rescate-, me encuentro con Antonio «el feo», un colega de toda la vida. Antonio esta de vacaciones junto a su mujer -una espléndida noruega de muy buen ver-, y sus dos hijos pequeños.
Tras las efusiones pertinentes, decidimos tomar una cañita en un bar inglés, lleno de tipos medio albinos con tripas enormes, que desayunan judías, tomates y tostadas con huevos fritos -¡madre de Dios!-, antes de ir a quemarse el cuero a base de sol español.
-¡Joder Antoñito!-espetó a mi amigo- No entiendo cómo con ese careto has sido capaz de ligarte siempre a las más guapas.
Antonio sonríe con mirada pícara. Siempre ha sido un tío muy simpático.
-La puta genética -dice-. Cuando naces feo, hasta en la guardería no te tratan igual que al niño rubio con cara de ángel. La vida resulta más difícil para los feos. A los guapos todo les viene rodado. Hasta es más fácil hallar trabajo, que la gente confíe en ti y todas esas vainas. Porque eso de que la belleza está en el interior, solo pasa en las películas. Y se sufre mucho, te lo aseguro. Pero cuando lo aceptas, cuando comprendes que ya no vas a cambiar y tu careto siempre será parecido a un microondas, desarrollas otras virtudes. Yo por ejemplo, resulta que soy un tipo con una vis cómica excepcional…
Mi amigo de toda la vida sonríe de nuevo. Resulta obvio que sabe lo que dice.
-Es cierto que siempre fuiste un tío con mucho sentido del humor-afirmo-. Aún recuerdo algunos de tus chistes. Son legendarios.
-La genética es una lotería. A mi me tocó la parte fea en lo físico, pero la aguda en lo mental. Y sobre todo, me dio inteligencia.
-O sea, que eres buena persona.
-¡No! ¡Que va! -responde con rapidez- ¡Soy un cabrón de tomo y lomo! ¡Un cabronazo muy simpático, eso sí!
Reímos de buena gana la ocurrencia al tiempo que pedimos otras cervezas.
-Mira- mi amigo vuelve a la carga-, después de todo lo que he pasado, de los insultos que soporte en el colegio, o las risas a mis espaldas debido a mi aspecto; estoy ejerciendo mi venganza con un placer increíble.
-¿Cómo? -pregunto curioso.
-Soy cirujano plástico. Jajaja ¡Hago guapos a los feos! ¡Un puto genio! ¡Eso es lo que soy! ¡A tomar por culo la genética!
He de reconocer que Antoñito me da un poco de miedo. Es tanto su dolor por los percances sufridos que ríe cómo un psicópata de película. Pero tiene razón. Si usted tiene una hija que tiene más bigote que un antidisturbio turco, o un hijo al que no tocaría ni con un puntero láser, no hay problema. La genética ha muerto ¡Ya nadie es feo!
José Romero