domingo, noviembre 24, 2024
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La batalla del Ebro. El cruce de un río

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Era de madrugada, un 25 de julio hace hoy 79 años, cuando el ejército republicano se dispuso a cruzar el Ebro, lo que daría lugar a la batalla más larga y de mayores dimensiones humanas y materiales de toda la Guerra Civil española y que no concluiría hasta el 16 de noviembre de ese mismo año, 1938, cuando las últimas unidades que habían atravesado el río en verano retornaron, derrotadas, a sus puntos de partida en la margen oriental del Ebro.

El paso de un río es, por definición, una de las operaciones más complejas desde el punto de vista de la ciencia militar y el Ejército Popular solo contaba en aquel momento con unas capacidades técnicas y materiales embrionarias para un ejército regular. Sin embargo, la acción tuvo un éxito reseñable y aquellos mandos que lo hicieron posible se vanagloriarían, años después, de haber participado en una operación que sería objeto de estudio en las academias militares soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial. Se trataba, por supuesto, de un exiguo consuelo comparado con el desenlace de la batalla, que no pudo torcer el camino del ejército de Franco hacia la victoria. En efecto, en la primavera de 1938 parecía no haber dudas sobre la pronta resolución de la guerra. Frente a un bando sublevado que afianzaba su régimen y su maquinaria bélica en un contexto internacional cada vez más favorable, la República se fragmentaba política y territorialmente, mientras sus ejércitos se acercaban peligrosamente al colapso. Protagonistas coetáneos a los hechos y especialistas han reflexionado sobre la inevitabilidad de la victoria de Franco con la eliminación del frente del Norte, tras las operaciones posteriores a Teruel o desde el inicio mismo de la contienda. Sin embargo, son los hechos los que nos conducen a una realidad incuestionable: la batalla en el Ebro tuvo un carácter decisivo. Más aún cuando la voluntad que guió a los actores fue la de afrontar el combate hasta sus últimas consecuencias, hasta el agotamiento.

Ebro

El campo de batalla previsto recorría el curso del Ebro desde Mequinenza, al norte, hasta Amposta, al sur. En ambos extremos de la línea se efectuarían ataques de alcance secundario para distraer tropas enemigas del sector principal, entre Ribarroja y Benifallet, en un codo del río que por su configuración y por el de las sierras que se extendían en la orilla occidental, permitirían una adecuada protección de los flancos y buenas posiciones defensivas para consolidar un futuro frente. Si el paso tenía éxito, el objetivo táctico sería alcanzar la localidad de Gandesa, desde donde quizá se podría continuar el avance y amenazar Zaragoza o la espalda del ejército de Franco, entonces empeñado en su ataque hacia Valencia. El cruce del río corrió a cargo del XV Cuerpo de Ejército de Manuel Tagüeña, al norte, y del V Cuerpo de Líster, al sur. En reserva permanecería el XII Cuerpo de Etelvino Vega. Este contingente, el Ejército del Ebro de Modesto conformaba algo parecido a la élite republicana, con tropas curtidas y mandos superiores, en su mayoría de extracción miliciana de reconocida fiabilidad técnica y, por añadidura, política. En frente se encontrarían con unidades del Cuerpo de Ejército Marroquí de Yagüe, claramente inferiores el día 25, pero de incuestionable calidad.

El paso del río desbordó las defensas de Yagüe y al concluir el día, la vanguardia republicana ya vislumbraba Gandesa. Sin embargo, en los días posteriores fracasarían en su intento de tomar la localidad y lo que había comenzado como la ofensiva más dinámica republicana de toda la contienda desembocó en un choque de desgaste que se prolongaría durante aproximadamente cien días y al que ambos bandos alimentarían con el grueso de sus unidades más curtidas.  

En semejante contexto, adquiriría una importancia clave la lucha por los puntos de cruce del ejército republicano hacia la margen occidental del Ebro. El paso del río no solo supuso un reto táctico inicial, sino también un problema logístico sostenido a lo largo de toda la batalla. El pulso por mantener o dificultar el flujo regular de combatientes, armas y pertrechos condicionaría las posibilidades de éxito y resistencia del Ejército del Ebro; y si la infantería, la artillería y los blindados fueron los protagonistas en la primera línea del frente, a lo largo del río los ingenieros, las defensas antiaérea y la aviación libraron su particular batalla.

Soldado

El Ejército del Ebro empleó un repertorio en ocasiones heterodoxo de medios de paso: destacamentos de botes; pasaderas sobre flotadores de corcho para la infantería; plataformas flotantes para vehículos guiadas por cables tendidos entre las dos orillas; así como puentes ligeros de vanguardia fabricados en madera y otros pesados del mismo material o de hierro. Además, una vez consolidadas las posiciones, en torno a primeros de septiembre se llegó a reparar un puente de ferrocarril, que se consideraba virtualmente invulnerable a los ataques de la aviación.

Las tropas franquistas dispusieron desde el primer momento de medios aéreos para atacar los puntos de paso del río. La abundante presencia de baterías antiaéreas obligaba a los bombarderos a volar a gran altura perdiendo efectividad. Los informes del Ejército del Ebro aseguraban que la ratio de impactos directos sufridos era de 1:1.030. Se contabilizaron más de cincuenta impactos directos, que eran especialmente graves para los puentes de madera, tanto los pesados como los de vanguardia. En cambio, en los de hierro un impacto certero apenas podía aspirar a inutilizar cortos tramos del medio de paso que resultaban fácilmente reparables. Sin embargo, en ocasiones eran mucho más dañinas las detonaciones de los disparos errados en el lecho del río, que podían afectar seriamente a la inestabilidad de los basamentos. En ocasiones los puentes se hundían parcialmente de improviso al paso de los convoyes. Con todo, la manipulación del caudal del río fue una de las armas más efectivas, especialmente contra los puentes pesados. La apertura de los embalses de Tremp y Camarasa, río arriba, en diferentes ocasiones llegó a provocar crecidas de hasta cuatro metros. La operativa republicana tuvo que ir aprendiendo de estos contratiempos, aumentando el uso de compuertas, modificando el diseño de los puentes pesados y desaconsejando algunos medios como los puentes de vanguardia que se llegaban a montar y desmontar para el paso de cada convoy.

La “batalla por los puentes” fue una sorda guerra de desgaste. No cabía esperar un fácil y definitivo estrangulamiento de los suministros a la línea de frente. Más bien se trató de un combate prolongado durante casi cuatro meses entre las capacidades constructiva y destructiva de ambos contendientes en una agotadora rutina de ataques diurnos y reparaciones nocturnas de la que dependía el ímpetu de la que fue la operación militar más compleja de toda la guerra.

Desperta Ferro

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