Yo también soy catalana, pero no soy independentista. Así que ya pueden los profetas del “procés” pasarme por la máquina de los insultos. Según he leído me corresponderá, tarde o temprano, ser una fascista. Pues nada; aquí me tienen.
Yo también soy catalana. Nacida de padres exiliados, entonces había fascismo del de verdad; hija de preso político, entonces los había de verdad y no procesados de chiste como ahora. Crecí en la Catalunya nacional, que no nacionalista, pendiente de la igualdad social antes que de las demandas territoriales.
Leo y escucho, con atención, la opinión de muchos independentistas, decepcionados por la forma en la que se ha abordado el proceso, su falta de transparencia, sus medidas compulsivas y, más aún, por ese afán manipulador que lleva a ceses, despidos y miedo de quien se le ocurre citar una sola duda.
No se puede querer una nación de cualquier manera. No sin trasparencia, con leyes escondidas en los cajones o con medidas compulsivas que no construyen mayorías sociales sino miedo.
Vicenç Fisas, independentista, ha escrito en Ara un artículo serio sobre estas dudas que, en muchas de sus partes, constituye un auténtico argumento democrático contra el referéndum.
Sin duda, el más importante de ellos es el que recuerda que ni los sondeos ni los resultados electorales han dado nunca una mayoría superior al 50% al independentismo. Recuerda Fisas que solo la Ley D´Hondt ha permitido que con el 48% de los votos populares se conduzca una desconexión, que no ha sido avalada por la mayoría de la población.
Este no es un asunto menor; que una porción reducida de la población pueda decidir la independencia, sin la participación de una parte sustancial de la sociedad catalana en un proceso electoral ilegal, debilita la perspectiva democrática de un modo intolerable. No; cuarenta no pueden decidir por cien, lo diga Puigdemont o sus voceros. Dos millones, no pueden decidir por seis.
Este es el principio de razonamiento de lo que Fisas denomina “independentistas pacientes”. Aquellos y aquellas que pueden esperar a crear mayorías. La falta de transparencia y la forma compulsiva en la que Puigdemont y sus aliados han enfrentado el llamado proceso de desconexión ha venido a reducir, precisamente, esa mayoría social.
Esa falta de mayoría está conduciendo a otro de los rasgos que esta adquiriendo la deriva del Gobierno catalán y de los defensores del “procés”: su creciente autoritarismo. Son ocho los altos cargos cesados por no ser de confianza, muchos otros a los que se deja sin responsabilidades y muchos más los conminados y conminadas al silencio.
Difícilmente se construye país sobre el autoritarismo y el radicalismo. Difícilmente se hace nación sin burguesía organizada y representada y sin trabajadores y trabajadoras representados. El PDeCat, como antes CiU, está siendo fumigado por los radicales de todo tipo, y la izquierda, atrapada en un vano debate que nunca fue suyo, va y viene sin tino.
Difícilmente puede explicarse que se pretenda construir un país a espaldas de sus clases sociales. Esto parece tan imposible que huele a trampa. Ni la transparencia, ni la gobernanza, ni los recortes, ni la igualdad social han sido sometidos a escrutinio público y social en Catalunya.
Una manta estelada ha cubierto a modo de gran trampa lo que parece evidente: la disposición de una minoría a decidir por la mayoría.
Duele la ausencia de la izquierda en este debate democrático. Jo també sóc catalana y de esquerres, razón más que suficiente para dudar de la calidad democrática de una hoja de ruta que ni construye mayorías sociales ni genera confianza en el futuro. No; no se puede querer nación de cualquier manera.
Libertad Martínez