Escribo estas letras, conmocionado por el atentado de Barcelona. Más allá de dar el pésame a las víctimas y desear una próxima recuperación a los heridos, siento rabia en mi interior. Rabia de ver como unos individuos que se dicen yihadistas o practicantes de la guerra santa, masacran a ciudadanos inocentes, hombres, mujeres y niños, sin escrúpulo ni remordimiento alguno.
Ahora vendrán los minutos de silencio, las llamadas a la concordia entre culturas, y todas esa payasadas que hacen las autoridades para convencernos de que en realidad hay que asumir, que de vez en cuando, algunos tienen que morir, ser mártires en nombre de no sé qué maldita idea imbuida por clérigos radicales. Porque a este país han llegado millones de emigrantes de Ecuador, Rumania, Colombia etc…algunos de ellos delinquieron, es cierto, pero en general se han adaptado sin más problemas. Hasta el momento, no he visto a ningún ecuatoriano-por muchas penalidades que haya pasado aquí-, atropellando gente por la calle o inmolándose con un coche bomba en la Puerta del Sol.
Solo veo a unos que se llaman yihadistas.
Por eso tengo rabia, porque les abrimos las fronteras, les dimos la nacionalidad española, incluso les ayudamos con ayudas económicas. Sin embargo, ellos lo que intentan es imponer sus costumbres, aunque sea por la fuerza.
Nosotros no les pedimos que viniesen a este occidente corrompido-según ellos-, donde las mujeres llevan minifalda y los gays pueden casarse. No se lo pedimos, pero vinieron ¿por qué?
Porque odian nuestra forma de vida. Porque no somos como ellos. Porque hemos avanzado, a costa de derramar mucha sangre, en el respeto de los derechos humanos. Porque tenemos democracias, mejores o peores, pero democracias al fin y al cabo.
Y eso es lo que detestan, y por eso me invade la rabia al ver los cuerpos de niños arrollados en las Ramblas.
“Entre la guerra y la ignominia, escogisteis la ignominia. Ahora tenéis la guerra y la ignominia”, dijo Winston Churchill, refiriéndose a los políticos que le habían lamido el culo a Hitler para evitar la Segunda Guerra Mundial.
Pues eso.
José Romero