Esta es la sencilla pregunta que da título a un excelente libro de Peter Mendelsund, con el que busca abrir a los lectores nuevas perspectivas de un acto tan automático, a fuerza de cotidiano, como es el de la lectura.
El inquieto Mendelsund es, entre otras muchas cosas, como pianista clásico y crítico literario, uno de los diseñadores de portadas de libros más reconocidos en el mundo editorial en los Estados Unidos. Con esta obra ha pretendido una cosa tan sencilla como es el que no demos por sentado, como si fueran naturales, esos procesos mediante los cuales la imaginación del lector, la margen de lo indicado por el autor, construye no sólo la apariencia sino hasta los rasgos psicológicos de los personajes o los elementos del paisaje en el que la narración se desenvuelve.
¿Cómo es Madame Bovary? No es, ni mucho menos, como la describe Flaubert
¿Cómo es Madame Bovary? No es, ni mucho menos, como la describe Flaubert. Antes bien, es tal y como cada uno de los lectores se la imagina a medida que avanzan las páginas del relato. Al principio de la narración se nos aparece una Emma que poco o nada tiene que ver con otras Emmas que van surgiendo en los distintos capítulos. Madame Bovary no es que evolucione, lo que en realidad ocurre es que cambia radical y completamente hoja tras hoja, sin que el lector, y esto es lo importante, se sorprenda de esos cambios que le obligan a adaptar una y otra vez la imagen que de ella se había hecho.
¿Qué es lo que vemos cuando leemos un titular de prensa? Al leer sobre las Ramblas de Barcelona, aparece una imagen única y personal para cada uno de los lectores. Habrá quien recuerde todavía el paseo lleno de flores, humilde homenaje a un doctor Fleming que bajaba hacia el puerto, saludando con un ligero sombrero panamá a cientos de mujeres agradecidas por el descubrimiento de la penicilina. Quizás haya quien vea también aquella larga fila de todo tipo de personas salvando, cada uno con su humilde esfuerzo, los cuadros de Casas, los muebles y los valiosos archivos, cuando un incendio calcinó el Teatro del Liceo. Otros evocarán el paseo tranquilo, tal vez un día de Sant Jordi, entre libros y rosas compartidas, con un beso que, en medio del paseo, dejó por fin de ser furtivo.
¿Y hoy que es lo que vemos, cuando leemos que en esas mismas Ramblas no son las flores ni los libros, sino los cadáveres y los heridos los que cruel y estúpidamente se suceden?
Ignacio Vázquez Moliní