Mucha gente fue a la manifestación antiterrorista del sábado pasado en la capital catalana porque era un acto de solidaridad con Barcelona, Cambrils, Cataluña y España entera. El terrorismo yihadista no hace distingos sutiles entre catalanes y castellanos, entre catalanes y españoles.
Sin embargo, los separatistas prefirieron su propia prioridad independentista, pitando al Rey y acusándole de los atentados. Llegaron a enarbolar una pancarta que decía que “sus políticas, son nuestros muertos”. Ni más, ni menos. A esa minoría numerosa no le importó los ataques terroristas en su suelo ni los muertos y otras víctimas propias y ajenas. Solo barrer para sus pretensiones. ¿Así va Cataluña?
Sin embargo, en el ideario terrorista yihadista somos todos carne de cañón porque reivindican, como mínimo, Al Ándalus. Para estos terroristas somos en España todos cristianos. Incluso los que son judíos, ortodoxos, protestantes, budistas, ateos y agnósticos. Hasta otros musulmanes, además de los católicos. Nadie se libra.
Da igual, además, que España luche poco o mucho contra el terrorismo yihadista, que tampoco hacemos tanto. Aunque no hiciéramos nada, aunque abrazáramos todos los españoles la fe musulmana nos atacarían, como agreden estos terroristas, alentados desde el autoproclamado Estado Islámico y su Califato, a sus propias poblaciones, musulmanas o no, en el Oriente Medio, diezmándolas. Allí matan a más inocentes que aquí. No lo olvidemos.
La manifestación tendría que haber sido asimismo un acto de solidaridad con las víctimas extranjeras y sus familiares. Las hubo, entre otras, francesas, australianas, americanas, marroquíes, turcas, colombianas, además de españolas que engloban a las catalanas (algún desalmado quiso distinguir entre las dos). Así, hasta 34 nacionalidades. A los estelados poco les importó.
El Rey estuvo en representación de todos. ¿Por qué no podía estar Felipe VI en una manifestación contra el terrorismo que todos rechazamos cuando, en este caso, somos todos Barcelona, Cambrils, Cataluña, España y el Mundo entero? Había que ser demasiado republicano, demasiado revolucionario, demasiado antisistema o, simplemente, demasiado corto de vista para sentirse incómodo por esta presencia. ¿Debía Felipe VI haber evitado con su ausencia el grave insulto de ciertos catalanes a su representación nacional? ¿Debía de haberse escondido el Jefe del Estado? Hizo bien en ir. Hicieron mal otros, retratándose.
A pesar de la prudente gestión gubernamental tras los atentados, Ada Colau quitó hierro a los actos de los “maleducados” como los calificaron blandamente Albert Rivera e Inés Arrimadas. Puigdemont no dio tregua política ni tuvo respeto por las victimas antes de esta manifestación cuya vocación era la unidad contra el terrorismo. Prefirió recordar su voluntad secesionista respaldada en el cortejo con banderas esteladas sabiamente colocadas para parecer más numerosas de lo que en realidad eran, sin perjuicio de que hubo muchas. Españolas hubo también, pero pocas. Algunos pensaran que las castañas las deben de sacar otros del fuego.
Los independentistas a cualquier precio pensaron más en la Diada del 11 de septiembre y en el referéndum ilegal que dicen pretender celebrar el 1 de octubre. Los atentados del 17 de agosto les han venido mal porque han permitido que en España se expresara nuestra solidaridad con nuestros conciudadanos catalanes rechazada por un amplio sector extremista y activista que configuró esta manifestación como una reivindicación separatista, con el apoyo más que evidente de los sectores independentistas, incluso oficiales, en lugar de un acto de repulsa al terrorismo.
Como cuando toca tierra un huracán, habrá que esperar al 1 de octubre para comprobar sus estragos y como están las cosas porque antes, como se ha ratificado estos días, no hay sensatez posible en el Govern.
Luego, puede que tampoco. Sin embargo, será un momento importante para que el Gobierno de la Nación intente normalizar la situación en beneficio de todos. Ahora puede decir, como señaló Rajoy, que, a palabras necias, oídos sordos, pero no podrá quedarse solo en ese registro.
Las elecciones autonómicas están cerca en Cataluña y será muy diferente si Oriol Junqueras, al frente de ERC, encabeza luego la Generalitat o si lo hace alguna fuerza moderada como pueda serlo Ciudadanos dirigida por Inés Arrimadas o el PSC con Miquel Iceta al frente. El PDCat de Artur Más se ha quemado al dejarse manipular por la llama independentista y el PP, con Xavier García Albiol, tendrá poco apoyo. El erróneamente ambivalente CatSQP, afín a Pablo Iglesias, y la destructora CUP buscarán tener el voto decisivo para el futuro catalán.
Carlos Miranda es Embajador de España
Carlos Miranda