¡Vaya por Dios! Últimamente está tomando fuerza una corriente entre padres jóvenes -supuestamente bien formados y preparados-, que declina vacunar a sus hijos y administrarles cualquier medicamento moderno. Al parecer, movidos por una corriente naturalista muy en boga, que pretende volver a lo natural, al trueque y la agricultura ecológica.
En 1796, Edwar Jenner, un médico inglés que había comenzado a ejercer a los trece años -toma ya contratos de aprendizaje-, al servicio del cirujano local, observó que las mujeres que ordeñaban las vacas en las granjas inglesas, sufrían unas pústulas de carácter benigno cuando se encontraban en contacto con vacas que sufrían una enfermedad llamada viruela de las vacas. Resulta que Jenner -que debía ser un lince-, se dio cuenta de que estas mujeres no padecían después la viruela humana.
Fue entonces cuando tuvo la feliz idea de inocular a una persona sana con la enfermedad vacuna. Lo hizo con un niño sano de ocho años llamado James Phipss -como convenció a los padres, es uno de los grandes misterios de la historia-. Le inyectó pus de las ampollas de la viruela raspadas de la mano de una de las vaqueras. Y el niño no enfermó, inmunizándose ante la terrible enfermedad.
Acababa de inventar la vacuna, que por si no se lo han preguntado nunca su nombre proviene de vaca.
Hasta entonces, el 20% de la población y el 30% de los niños morían por culpa de la viruela. Hoy en día, la enfermedad está erradicada.
Ahora, un sector de gente pretende volver a aquellos tiempos en que las personas morían como chinches, a pesar de que su vida era más natural, ecológica y chupiguay, que en nuestros días.
¡De verdad que cada día alucino más con el Homo Sapiens!
José Romero