Yo solía pasar los veranos en Barcelona. Concretamente a una ciudad muy cercana llamada Esplugas de Llobregat, donde los andaluces y extremeños eran mayoría. Donde la gente se buscaba la vida trabajando, sin otras pretensiones que llegar a fin de mes. Desde que era niño hasta la adolescencia, acudía con mis padres y hermanos -aquellos viajes en un SEAT 124 eran épicos-, a visitar a gran parte de mi familia materna (entre ella mis abuelos), que habían emigrado allí desde Andalucía en busca de un futuro alejado del terruño patrio, asolado por el paro y la pobreza.
Allí tuve alguna novieta, iba a las discotecas con mis amiguetes de la zona a bailar en intentar ligar, y escuchábamos música en inglés. Nadie hablaba catalán, todo era en español. Por eso-excepto que no podía lucir una camiseta del Real Madrid cuando jugábamos al futbol en los partidillos informales que se celebraban, sin el riesgo de que molieran los tobillos-, jamás me sentí un extranjero en aquellas tierras. Alguna vez, te topabas con alguien-casi siempre personas de edad avanzada-, que hablaban entre ellos en catalán, pero nosotros lo veíamos con respeto y sin ningún tipo de odio. De hecho, mis tíos, primos y amigos de vez en cuando soltaban alguna palabra en catalán, pero lo considerábamos normal e incluso simpático.
Ya cuando me hice un hombre, mis visitas fueron esporádicas y siempre motivadas por algún hecho luctuoso-la muerte de algún familiar casi siempre-, y las cosas parecían haber cambiado. Mis primos tenían hijos y se quejaban amargamente de que su lengua natal-el español-, estaba desapareciendo porque las autoridades, con la mirada complaciente del gobierno central, obligaban-quisieran o no-, a aprender y estudiar en catalán, lo que suponía para ellos un fracaso escolar que los condenaba a seguir siendo personas con trabajos de segunda y tercera fila, no especializados.
Entonces no me di cuenta, pero todo aquello era el principio de un elaborado plan oculto, que ha devenido en los sucesos actuales.
Desde que se promulgó la constitución del 78, con las cesiones a los nacionalistas, todo estaba preparado. Lo primero fue borrar el español de las escuelas. Lo segundo, inventarse una narración mítica de la historia de Cataluña. Lo tercero, mostrar una cara amable al resto de España por parte de la Generalidad, ayudando al buen gobierno de España, eso sí, no por fervor patriótico sino a cambio de concesiones y más concesiones.
Con el fenómeno de la inmigración, la política de las instituciones catalanas, fue obvia: que no vengan sudamericanos, que hablan español. Mejor de otras latitudes, aunque haya que subvencionarlos, porque a estos les enseñaremos catalán y formaran parte de nuestra sociedad. Una posible masa de votantes independentistas.
Lo siguiente-y no se rían-, fue una dura campaña contra el Real Madrid, presentándolo como el equipo del franquismo, del régimen; una institución basada solamente en el dinero y la altanería, en contraposición del Barsa, que apoyaba la cantera y los valores seculares de humildad y buen hacer de los catalanes. Esta campaña consiguió que el Real Madrid, fuese recibido con odio en casi todos los campos de España y por ende que hubiese cierta inquina hacia Madrid y todo lo que representa como Capital del reino.
A continuación, el objetivo fue la monarquía. La campaña contra el Rey fue feroz-apoyada por la izquierda más recalcitrante-, que culminó con la abdicación y la petición de perdón de Juan Carlos I-¡insólito!-, por irse de caza. Todos los méritos del hombre que trajo la democracia a este país se borraron de un plumazo. Así, sin más.
Y ahora, el plan oculto ha llegado a su éxtasis, promoviendo un referéndum ilegal, con el fin de quitar el derecho de los españoles a decidir sobre el suelo de España, que nos pertenece a todos.
Un líder político dijo que poner urnas nunca puede ser ilegal, que todo se puede votar porque esa es la esencia de la democracia. ¿Aceptaría ese líder un referéndum-por ejemplo-, sobre instituir de nuevo la pena de muerte, o sobre si los negros deben ser expulsados de nuestro pais?
Hay ciertos límites y para ello nos hemos dado una constitución y leyes que la desarrollan. Para ello hemos firmado tratados internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por eso somos una democracia, mejor o peor; perfecta o imperfecta, pero una democracia al fin y al cabo, donde mis hijos tienen la posibilidad de estudiar en su idioma materno, donde hay tribunales que garantizan mis derechos y donde puedo criticar sin insultar, al gobierno, a los políticos y sus decisiones sin miedo a ir a la cárcel o desaparecer una madrugada sin que nadie sepa nada mas de mí.
El plan oculto del independentismo se ha quitado la máscara. Veremos qué es lo que ocurre. Pero, ¿ojo? ¡Mucho cuidado! La chispa violenta puede saltar en cualquier momento, en una discusión de bar o en un altercado vecinal. Los conflictos comienzan así y no debemos dejar que esto ocurra.
Es necesario que todos los españoles estemos alerta y no lo permitamos. Es obligación del gobierno de la nación y de los partidos que dice amar a España, no solo para gobernarla, evitar la secesión de Cataluña y hacerlo sin sangre en las calles.
Y sobre todo es necesario que los independistas catalanes, que hace tantos años prepararon un plan oculto, se percaten de que la unión hace la fuerza y la desunión la debilidad.
Espero que no ocurra, por el bien de todos.
José Romero