Emanciparnos, eso queremos todos los españoles. O al menos una mayoría aplastante. Emanciparnos del yugo separatista que nos quiere robar un trozo de nuestro país, así por las buenas. O mejor dicho, por las malas. Emanciparnos a través de la ley, de la solitaria y por los aldeanistas olvidada ley. Solo queremos que se cumpla esa ley y todas las leyes. Las que nos protegen y ordenan nuestra convivencia desde hace poco menos de cuarenta años. Con lo bien que han cumplido esas leyes en todo momento cuando se han respetado.
Al igual que al coronel Tejero se le impuso la pena que marcaba la ley como reparación del daño que quiso hacer y a Dios gracias no pudo, los españoles de todas las Españas queremos que se mida la perversa, pestífera y criminal sedición de ungang mafioso y bastante ridículo, con perdón pero todo hay que decirlo, cuya letanía y el cumplimiento de la misma pretende esclavizar Cataluña separándola de España. ¡Olé! Caribe siglos XVIII-XIX, donde y cuando se movían y negociaban los negreros.
Yo creo que existen indicios suficientes que infieren con claridad que Forcadell, Puigdemont, Junqueras y sus satélites carnavaleros están cometiendo un gravísimo delito de forma continuada y aún más pertinaz que la sequía. Me puedo equivocar. Nos podemos equivocar millones de compatriotas, pero ni los más conspicuos seguidores de esa conga enloquecida que llaman el 'proces' pueden negar que hay síntomas claros de que se transgrede la ley un día sí y otro también. Y todos de forma, si no unánime sí fabulosamente numerosa, queremos verlos ante un sencillo juez que solo quiera aplicar la ley como juró o prometió hacer cuando tomó posesión de su plaza.
Si a algunos nos preguntan tendremos que confesar que la impresión que nos inunda es de clara culpabilidad de los acusables y acusados. Y queremos que no haya distingos, que la ley sea para todos igual de ciega y justa. Igual que para el butronero, para el homicida, para el que conduce ebrio, para el feminicida y para el golpista. Nadie entendería que después de la comisión de las tropelías conocidas quedaran impunes, se fueran de rositas y se tomaran unos gintonics en un caro bar de un caro ático de un caro hotel de la Barcelona honrada y trabajadora que les padece. Nadie lo entendería, repito. Nadie. Vuelvo a repetir.
A poco que se conozca el derecho siempre se recuerda el objetivo de las penas impuestas. Una es la retribución por el mal infligido. Otra es la prevención de la posible repetición de conducta. No creo que nadie dude que los individuos en cuestión se tienen bien ganados los fines que persiguen estos dos principios de retribución y prevención. Y lo tranquilos y satisfechos que nos quedaríamos todos.
Aunque de ninguna manera debemos obviar las medidas de seguridad y, sobre todo, de reinserción social. La reinserción es importante. Seguro que existen medios para la misma. Podríamos instruir pacíficamente a los convictos sediciosos con los libros de historia pertinentes. Sánchez Albornoz, Domínguez Ortiz, Santos Juliá… hay muchos y excelsos. Y la música de Enric Granados y sus Doce Danzas Españolas, o Isaac Albéniz, el genio de Camprodón, y su Suite Española Opus 47…o ponerles la película sobre la heroína barcelonesa Agustina Saragossa, Agustina de Aragón, con una Aurora Bautista en su cenit… lo que sea menester para que consigan meditar el daño que nos hacen a todos y el espeso y pastoso reguero de odio que han generado.
Son el producto de una generación de progres insatisfechos que han acudido al separatismo para superar sus traumas personales contagiando a otros y manipulando a todos. Sin principios, sin moral y con un deseo de destacar y destruir que solo se encuentra en la esfera de las crueles maldades infantiles. Una lástima, un peligro y si se respeta la ley, una bien ganada pena de cárcel. Una cárcel reparadora.
Juan Soler