Con esta columna en Estrella Digital, que hace la número doscientos, uno cree que se ha ganado unas buenas vacaciones que, como suele ocurrir en la vida real, llegarán también a su término, permitiendo un regreso a la actividad con fuerzas renovadas y quién sabe si con nuevas y entretenidas crónicas.
Al hacer recuento de todas estas columnas, lo primero que uno se pregunta es si será cierto el entusiasmo del Director de este medio que, una y otra vez, asegura que las columnas son leídas cada semana por multitud de lectores. Según afirma don Joaquín Vidal, parece que no han sido pocos, ni mucho menos, los que a lo largo de todo este tiempo, tal vez por llamarles la atención alguna idea o por escandalizarles alguna que otra observación atrevida, se han molestado en compartir las columnas en las distintas redes sociales. Otros lectores, además, se han tomado la molestia de dedicar algún tiempo para enviar comentarios, a veces incluso laudatorios, y en muchas ocasiones algo menos halagüeños. Eso sí, todos han sido bienvenidos.
Durante estos años este columnista se ha ocupado de asuntos muy diversos. La mayor parte de las veces no ha querido tratar directamente de ningún tema de actualidad, o al menos no de rabiosa actualidad, salvo para recordar a su hilo algún autor que mereciera la pena recordarse, alguna música especialmente evocativa, un paisaje o incluso un modesto detalle que, a su humilde juicio, merecía la pena ponerse de relieve. Tal vez tan sólo haya habido dos excepciones: una, cuando recientes atrocidades terroristas hacían muy difícil no referirse al terrible daño causado, y otra, cuando la situación en Cataluña ha evolucionado hasta límites insoportables.
Quizás, antes de cerrar esta primera etapa de La Mirada Tranquila, a uno le gustaría recordar las ideas básicas que en esas dos ocasiones le impulsaron a escribir sobre acontecimientos recientes y que, en el fondo, en ambos casos es idéntica. Se trata, ni más ni menos, de la necesidad ineludible de respetar, siempre y ante cualquier circunstancia colectiva, por adversa que parezca, la convivencia de todas y cada una de las diferentes sensibilidades que conforman las sociedades actuales, de tal manera que ninguna de ellas pretenda, y mucho menos alcance, la exclusión de ninguna otra. Sin esa convivencia, el futuro se presentará cada vez más oscuro.
Me gustaría, para concluir, recomendar también una última lectura que, de alguna manera, enlaza con esa misma idea: el mundo de ayer, memorias de un europeo, que Stefan Zweig nos legó poco antes de suicidarse en Petrópolis, cuando, en 1942, creyó que la derrota de los Aliados era ya inevitable.
Ignacio Vázquez Moliní