miércoles, octubre 2, 2024
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‘A més a més’, 2

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Vitoria-Gasteiz, marzo de 2006. Treinta años de los sucesos de Vitoria, concierto en homenaje a las víctimas: Campanades a Morts. Lluís Llach los evoca como un “acto de terror del Estado ejecutado por fuerzas del orden  estatales, con mandos estatales, responsables ministeriales estatales… Todos lo sabemos perfectamente”. Lamenta luego que los que gobiernan “sean cuervos o bambis” (entiéndase del PP o socialistas) no hayan pedido perdón, no hayan reconocido los hechos de aquel “primer gran fracaso de la Transición”.  “Los que hoy gobiernan –dice en 2006, o sea Zapatero y el PSOE- piensan que con el tiempo pasará, pero les perseguirán nuestras memorias para siempre.”

Alto, por favor, rebobinemos. Lo ocurrido el 3 de marzo de 1976 es historia del movimiento obrero en lucha contra la dictadura y por la democracia. Los agentes eran del cuerpo de la Policía Armada, disuelto antes de aprobarse la Constitución; las víctimas, vinculados a UGT y CCOO que, como el PSOE o el PCE, eran ilegales y no habían salido de la clandestinidad.

No sé cómo pasará a la historia la jornada del 1-O, cuanto la trajo y traiga. Las memorias nacionalistas son como instrumentos de cocina, comparables a esos robots capaces de cocer y triturar al mismo tiempo; no son estancias luminosas y bien amuebladas, ordenadas con aplicación y esmero. Pero sepa como sepa el guiso de estos días y cómo lo digiramos, lo cierto es que nos lo tendremos que comer de alguna forma.

La responsabilidad que el PSOE pide a Sáenz de Santamaría y su equipo no debía ser por la actuación de CNP y GC sino porque fueron burlados por un conseller, Joaquim Forn, bobo de toda confianza y patriota a más no poder, y un duro de reparto, el comisario Trapero en el papel de major dels Mossos. Absortos en el ajedrez jurídico perdieron al trile político, lo que no se podían permitir.

La historia sigue y, en cierto modo, se repite. Los poderes económicos que antes convivieron con la evolución de los acontecimientos se asustan y deslocalizan. De la estampida también tendrán relato la CUP y semejantes.

Llegados a este punto, convengamos en que, tarde o temprano, haya referéndum por la vía de la legalidad, es decir con una revisión constitucional ineludible. Ante esta posibilidad probable, alguna notas.

Uno. Fíjese una mayoría cualificada para los efectos de un hipotético “sí” a la independencia y plantéese la desvinculación de las entidades territoriales donde el resultado sea “no”.  

Dos.  Modifíquese el artículo 11.2 de la CE (“Ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad”) para exceptuar los casos de secesión.

Y tres. Viviendo en un mundo posnacional, ¿sería disparatado eludir, también en nuestros textos fundamentales, el término “nación” como definición de lo que creemos o queremos ser? No lo digo en broma.

Todo ello a estas alturas y llegados a este punto. Pero vamos, que mañana será otro día, y pasado otro, y otro, y otro…

José Luis Mora

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