miércoles, octubre 2, 2024
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Rajoy, ¿qué se le dice al nene? Puigdemont: Gracias

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Falta que el martes se compruebe si Puigdemont remata o no su disparate de declarar la independencia basada en un referéndum tan ilegal como fraudulento. Pero tanto da ya si dilata, ejecuta o aborta la declaración unilateral, la DUI. Que ya más suena a la cantinela del famoso humorista catalán Eugenio: ¿Saben aquel que diu…? Me temo que el Estado ya ha ganado.

Ha ganado, sobre todo, porque ha surgido una Brunete imparable: la banca y el empresariado que se han apeado en marcha de su proyecto político. Hay que reprochar a esa clase empresarial que no hablara claro y alto hace meses, hace años. Pero al fin lo han hecho.

Esto tiene una virtud maravillosa y extrapolable. Todos los demás embaucadores del nacionalismo, dirigentes del PNV o neobatasunos, ya han aprendido una lección en piel ajena: no se podrán independizar nunca. Lo admite el propio 'Groucho Mas', que dice ahora tras una consulta ilegal separatista propia que Catuña no está preparada para la independencia real.

Porque una cosa es acosar a agentes, escupir banderas, glorificar el terruño y otra salirse de la zona euro, del cinturón sanitario bancario…

Ahora, los nacionalistas vascos saben que su sueño es irrealizable. No porque lo impidan los 'txakurras', ni las ataduras legales y democráticas, sino porque la burguesía de Neguri cuando sienta el vértigo secesionista optará por la vía de sus amigos de Pedralbes. 

Por tanto, por el precio de abortar una independencia, que ha sido muy alto en imagen internacional por errores propios y aciertos de la propaganda contraria, quizá el Estado ha abortado dos independencias y cualquier virus de posible contagio a otras comunidades. El golpe de Puigdemont nos ha vacunado de independencia. Nunca hubo más banderas españolas en los balcones durante toda la democracia.

Hace escasos días, periodistas nada sospechosos de independentismo cuestionaban el modo en que estaba lidiando Rajoy contra el golpe de Puigdemont. Lo tachaban de pusilánime, lo contraponían al Rey por su discurso menos enérgico, vaticinaban su muerte política si negociaba con los golpistas…

Pero en medio de la más absoluta soledad, con un Ciudadanos que le apremia a ejecutar el 155 igual que el creciente VOX, una izquierda que se desmarca y le exige negociar, resulta que el que empieza a tambalearse en el penúltimo asalto no es Rajoy, es el otro púgil, Puigdemont.

Los que daban por enterrado a Rajoy se pueden encontrar con la paradoja de que si gana esta batalla, que se presenta ya mucho más favorable, puede tener unos réditos electorales mayúsculos. Porque los que han enarbolado la bandera española estas semanas, factoría que todo lo debe a Puigdemont, difícilmente van a votar a los partidos que desertaron cuando se jugó la unidad de España, la solidaridad entre regiones y ciudadanos.

Quedará por aclarar cómo se reparten el pastel de la rebeldía españolista PP, Ciudadanos y Vox. Pero PSOE y Podemos tienen ya unos datos: unas manifestaciones en favor del diálogo en Madrid y Barcelona que sumadas apenas rondan las 6.000 personas frente a 50.000 personas en la plaza de Colón de los españoles ni equidistantes ni independentistas. Y, por último, un millón de manifestantes en Barcelona rompiendo la ley del silencio y, lo nunca visto, loleando el himno español. Unos españoles con bandera española que son los potenciales votantes determinantes del futuro presidente del Gobierno. 

Soy partidario del diálogo entre catalanes y luego con el Gobierno central, pero esta tercera vía de negociación Rajoy-Puigdemont que propugnan en la calle Iceta y Colau es tramposa: Cuando el golpe de estado ha fallado, ¿toca dialogar?

Cataluña no puede ser independiente de España, pero menos de sí misma, de un tejido empresarial opuesto a su proyecto que huye a la carrera. Pero no es menos grave el boicot imparable de productos catalanes por parte del resto de españoles. Otra lección para vascos separatistas: el peso de unos españoles que se empeñen en desequilibrar la balanza comercial.

En otro orden, es todo un símbolo de derrota la vacilante actitud de un icono del separatismo, Piqué: el 1-O vota, llora y pide suspender el partido del Barcelona por la masacre que sufre su pueblo; pero luego matiza sus mensajes, aclara que no es independentista, y sigue jugando con la selección del estado opresor pese a que le pitan con denuedo. Piqué es tan patriota como Caixabank.

El gobierno separatista se está quedando sin patria económica y apostolado. Ya sólo falta que Puigdemont sepa que ha perdido y salgan los golpistas por las ventanas del palacio del Govern.

Francisco Mercado

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