Estuve allí. Creo que es de las cosas que contaré a mis sobrinos nietos cuando sea viejecito. Estuve como un barcelonés más, porque así me sentí. A lo largo de mi vida he ido muchísimas veces a Cataluña, tengo familia y amigos que son de las gentes más maravillosas que me he encontrado en la vida. Lo cierto es que, siempre que tengo oportunidad, voy. Admiro su cultura, su modernidad, su industria, su inteligencia, su lengua, su trabajo, lo magnificos amigos que son de sus amigos. He disfrutado de todo ello décadas y ahora se sentían solos e impotentes. La inmensa mayoría de ellos estaban radicalmente en contra de un proceso que sentían ajeno y traidor. Sentían, así me lo han dicho desde hace años, auténtica opresión silenciosa y ya no sabían si alguien más les acompañaba en sus convicciones o los que pensaban como ellos ya se habían ido fuera de su tierra por la insoportable presión del oligopolio mediático oficialista, de las campañas de la ANC y el Omnium Cultural y de las políticas sectarias de los gobiernos nacionalseparatistas.
La farsa del 1 de Octubre les había dejado estupefactos, una ilegalidad como un castillo tratada por los medios y en las redes con falsedades y ‘fakes’ de aurora boreal que parecía abocar a su tierra, a la patria chica que querían desde siempre y hasta siempre, a un precipicio abismal. No estaban dispuestos. Sociedad Civil Catalana decidió con alto riesgo convocar a la Cataluña disidente, a su mayoría silenciosa a una manifestación para mostrar su pacífico desacuerdo. Por una vez, el mundo catalán no nacionalista dejaba a un lado sus matices e iba unido. Hasta el PSC, tan reticente a todo y siempre dispuesto a agradar a los independentistas, creo que palpaban que muchos de sus votantes estaban hartos.
Había expectación, se notaba cierto nerviosismo, retar desde Cataluña al Régimen de cuarenta años era heroico y si no salía bien, un fiasco que serviría de mofa una vez más a la prepotencia de los Forcadell y Jordi Sánchez y Junqueras. Asumieron que era un embate con peligros. Y se olvidaron del miedo.
Los días anteriores a la convocatoria algo empezó a moverse. Los empresarios dijeron, a su manera, basta. Los bancos catalanes decidieron cambiar su sede. Las grandes empresas anunciaron lo mismo. Miembros de la sociedad civil con mesura y prudencia mostraron su desacuerdo, gentes que nunca habían ido a manifestaciones comenzaron a comprar senyeras y banderas de España. Se tocaba con la mano un aire diferente a otras veces, se empezó a respirar una atmósfera más oxigenada. La víspera yo ya estaba allí, decidido a acompañar y a acompañarme no de otros políticos que sabía que iban a ir. No. Quería estar con los catalanes a los que quiero y no tienen nada que ver con la política, pero sentían y sufrían una situación injusta. Gentes, algunos de ellas, que me han acompañado en la vida en los momentos buenos y malos y que pensé que podían necesitar mi apoyo y el cariño sincero que les pudiera dar. Así, con esa humana y sencilla determinación me levanté temprano el domingo. Salimos de la calle Enric Granados directos a Urquinaona a pie unas veinte personas. El único de fuera, yo. Y, como siempre en Barcelona, soy de fuera pero me sentí dentro. Me llamó la atención que la nieta de un gran nombre histórico del catalanismo fue la número veintiuno de nuestro grupo de expedición. Era todo un síntoma.
La calle estaba burbujeante como un anuncio de Freixenet. Se veían muchos grupos como el nuestro. Jóvenes, adultos y no tan jóvenes confluíamos por las calles que se dirigían a la plaza convocada. Coches y motos sin miedo, todos nos saludábamos sin conocernos y nos animábamos. Había una alegría creciente y contagiosa. Llegamos a la calle Caspe rodeados de un océano rojo y amarillo precioso, como un atardecer en la Costa Brava. Ya estábamos seguros que éramos parte de un éxito. Y no pudimos avanzar ni un metro más. A muchos metros del escenario de oradores tuvimos que esperar e incluso retroceder porque estábamos tan apretado que hubo miedo de avalancha. El recorrido inicial de la manifestación estaba desbordado por los cuatro costados, como supimos al poco. Cientos de miles habían enseñado al mundo que en Cataluña hay cientos de miles de catalanes que no quieren aventuras, locuras ni traiciones. La satisfacción en los rostros, incluso algunas lágrimas de emoción, sellaban un día de paz y de rebelión ante tantas injusticias.
No pudimos oír a Mario Vargas Llosa en directo, pero estoy seguro que todos a los que esto nos había ocurrido nos preocupamos de escucharle después. Dijo lo que todos estos centenares de miles de catalanes necesitaban escuchar muy claro. Nosotros, España y la democracia estamos con ellos. No están solos.
Post Data: Dedicado a Nacho, a Santi y a Pati.
Juan Soler es Senador de España
Juan Soler