Yo, que he servido en Infantería de Marina-utilizo la palabra servir, porque nunca me pregunto lo que puede hacer mi país por mí, sino en que puedo servirle yo a el-, llevé a mis hijos hace unos días a visitar el Museo de Medios Acorazados de la base militar de El Goloso, en Madrid. Y eso que soy más de desembarcar en playas-lo cual es muy de Holliwood-, un trabajo distinto al de los carristas.
Tras pasar los pertinentes controles, en que todo es amabilidad por parte de los soldados de guardia, un Brigada con más paciencia que el santo Job-sobre todo con los menores y algún que otro talludito entusiasmado, que se subían hasta en el palo de la bandera-, fue explicando con ojos de cariño, cada pieza de artillería, cada carro de combate ante la mirada atónita-entre otros-, de un matrimonio japonés que se hacía selfies hasta delante de una lata de refresco. Así pude contemplar los míticos, Panzer IV y Stug III, un camión de transporte Opel Blitz, vehículos que fueron el caballo de batalla de la revolucionaria blitzkrieg durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial; los M-48 y M-60, con el magnífico cañón de 105 mm, americanos que tanto juego dieron en Vietnam y en las guerras árabe-israelíes, pasando por las latas de sardinas italianas Fiat-Ansaldo CV-35, los Panzer I y los magníficos T-26 soviéticos que combatieron en nuestra guerra civil.
Mis dos hijos pugnaban por hacerse fotos y subirse como fuera encima de los carros, pero yo, que soy muy cortado para estas cosas no se lo permití, hasta que me hicieron ver que eran los únicos que no lo hacían, por lo que al final consentí y pudieron comprobar cuan enorme es un Leopard II-de lo que muchos no son conscientes-, uno de los mejores carros de combate de última generación y al alcance de pocas naciones en el mundo. Concluimos la visita en una pequeña sala donde se exponen uniformes, ametralladoras de leyenda como la MG-42 y varios efectos, como la munición que se utiliza en los cañones de los carros.
Pueden gustarte-o no-, las armas, pero aun siendo así, las enormes moles de acero no dejan a nadie indiferente, ya que son evidentemente atractivas para cualquiera que se precie de admirar los grandes logros de la ingeniería, y por supuesto los chavales se vuelven locos contemplándolos y tocándolos.
Tras concluir la visita, ya en el coche, expliqué a mis hijos que debíamos sentirnos orgullosos de nuestro legado histórico y del ejército. Que aquel era un museo de historia viva de España y que los hombres y mujeres que servían o habían servido-sí, la palabra servir de nuevo-, en aquellos vehículos, eran de los nuestros: españoles; fuese cual fuese su ideología. Que todos eran valientes y sabían cuál era su deber.
También les expliqué que a pesar del costo enorme que supone mantener un ejército, cada uno de los euros que pagamos en impuestos destinados a la defensa, son necesarios. Porque esos hombres y mujeres darán su vida por nosotros si llega el momento, aquí o en algún país lejano; defendiendo la democracia y ondeando con orgullo nuestra bandera. Ninguna nación puede sobrevivir sin unas fuerzas armadas que sustenten la independencia y soberanía de la misma, porque el ejército es la máxima expresión de esa nación y el pueblo que lo compone. Porque el ejército y el pueblo son la misma cosa.
Y en ese caluroso sábado de septiembre, mis hijos lo comprendieron todo, sintiéndose orgullosos de haber nacido en este increíble y viejo país.
Desde estas líneas quiero agradecer a todo el personal de la base y del museo, que tan amablemente se portaron y tanta paciencia tuvo con los visitantes. También quiero recomendar su visita, porque se trata de un museo que todos los españoles deben de conocer, para reconciliarse con su historia inmediata y percatarse de que somos mucho más de lo que parecemos. Mucho más que una nación que tanto dislate ha padecido: un gran país, crucial en la historia de la humanidad, aunque solo sea-que no lo es-, porque nuestro idioma lo emplean quinientos millones de personas en todo el mundo.
Gracias a todos los que sirven en la base de El Goloso.
José Romero