La libertad suele morir con un estruendoso aplauso. A golpe de aplauso y aguerrido himno, el plenario catalán que convocó el referéndum ilegal retrató a una pandilla de trileros interesados en construir fantasías imposibles, que quizá salvarán su ensoñación, pero, con toda seguridad, dañarán a los propios.
Puigdemont dice hoy que no votó la independencia. Pero ya le habían cambiado la pregunta: hoy tocaba restaurar la legalidad, aunque el President no puede y, seguramente, no quiere.
Si detiene la bicicleta, su presente será como su futuro: más vacío que un plato de la 'nouvelle cuisine'. Más o menos el mismo que su partido, desvanecido entre “el tres per cent”, un movimiento que no controlan y unos socios de gobierno que tienen sus propios planes.
El único lugar que la historia ofrecía a Puigdemont era el martirio y, mire Usted por donde, una jueza progre se lo ha concedido a otros dos tipos que se creyeron Lenin sobre la tanqueta y eran gamberros pateando un coche de guardia civiles. Bienvenidos a la diferencia entre historia y el puñetero provincianismo.
Yo no vivo en Turquía ni Puigdemont en Ucrania. Eso es un insulto para los ucranianos y para los presos políticos que llenan el mundo.
Puigdemont sin martirio no es nada. El President nos ha regalado un gran equívoco, un largo “fake”. El problema no es construir propaganda; el problema es creérsela. Este es el problema de Puigdemont: se cree candidato a mártir y todo el daño político responde a ese criterio, para pasmo de los propios y de los ajenos.
Las atrabiliarias fantasías contadas por Puigdemont se iniciaron con la fantasía estadística de que el 47% es más de la mitad; siguen con un nivel de violencia deplorable, pero que hasta el The Guardian dice que no se ha probado, y concluye con una llorona ucraniana.
Pues bien, diré que yo no vivo en Turquía ni Puigdemont en Ucrania. Eso es un insulto para los ucranianos – muertos, ejércitos, guerra, expolio- y es un insulto para los presos políticos que llenan el mundo, detenidos sin abogados, garantías ni pruebas.
¿Cómo Europa lo permite? Naturalmente porque esta es una Europa que por razones económicas permite, ni más ni menos, países que como España “es un estado parecido a algunos países del antiguo bloque soviético”, dice sin sonrojo, un compañero de viaje e intelectual orgánico de todos los “maidanes” universales, incluidos los que no piden perdón por el terrorismo, eso sí, cobrando de funcionario del represor estado.
Del mismo modo que el independentismo nació del capullo mediático construido por el pujolismo, la mentira ha construido el armazón de los últimos días de Puigdemont.
Fake a fake, mentira tras mentira, el President y su peña llevan a los catalanes y las catalanas al precipicio de la inseguridad y de los inaceptables costes sociales, mientras piden que, por favor, les detengan, asalten sus domicilios, los lleven a la cárcel o lo que sea. La patria necesita mártires y, al paso del melifluo Rajoy, el hombre se queda sin lápida histórica a la que llevar flores.
Y nosotros, los malditos turcos debemos ser los prudentes. Y sí, debemos ser prudentes. Debemos volver a la realidad, con el justo dramatismo y la más limitada fuerza constitucional, con medidas que disgustan a todo el mundo. Pero no nos engañemos con buenismos que solo alargan el drama de los otros catalanes y catalanas no se soluciona la política de un tipo que quiere que le detengan.
Ya le echaremos la culpa al gobierno por excederse, piensan en todos los cuarteles generales. Puigdemont quiere que le detengan, Junqueras quiere ser califa en lugar del califa, Colau espera pescar en el río revuelto de las inhabilitaciones, Iceta habla de reformar la Constitución, Sánchez también, Rivera se pone duro e Iglesias se ama. Todo va bien para sus planes, el Consejo de Ministros lo preside Erdogan o Beria, ustedes me entienden
Juan B. Berga