El mundo está plagado de incógnitas y el concepto de estabilidad es relativo. Maquiavelo deseaba enseñar el camino del infierno para luego no recorrerlo señala Erica Benner, autora de un libro sobre el florentino. Sin embargo, una vez conocido el camino del abismo la inclinación humana es la de recorrerlo hasta el final.
Donald Trump recorre cualquier camino. Como decía Andreotti de la política española, le “manqua finezza”. Está enzarzado ahora en una polémica en torno a la muerte de cuatro soldados norteamericanos en Niger donde los EEUU tienen una presencia para la adquisición de información contraterrorista en el Sahel y zonas circundantes así como unos instructores para formación de militares locales.
El que transcendiera que a una de las familias en duelo le dijera su propio Presidente que su deudor sabía a qué atenerse al firmar su alistamiento ha provocado críticas sobre su insensibilidad. El tardío reconocimiento por la Casa Blanca de los hechos y las circunstancias poco claras aun sobre lo ocurrido han facilitado, asimismo, un paralelismo con los reproches dirigidos a Hillary Clinton cuando era Secretaria de Estado sobre el atentado de Bengazi, en Libia, que costó la vida al Embajador norteamericano.
La errática, sectaria y preocupante presidencia de Trump ha provocado algo insólito. Los dos anteriores Presidentes, George W. Bush Jr. y Barack Obama acaban de censurarle públicamente, especialmente por su intolerancia y menosprecio hacia los demás. En EEUU los antiguos Presidentes suelen dedicarse a sus memorias y a organizar una biblioteca que perpetúe su memoria. Es, pues, significativa esta reprobación al sucesor.
Sin embargo, lo más preocupante es que si han de salir dos políticos tan dispares del armario del pasado es porque no se vislumbra aun a nadie capaz de poner en su sitio a Trump y de ilusionar con un futuro realista y mejorable. Si en 2020 la oposición se presentase dividida con dos candidatos principales a la Casa Blanca, algo no descartable según algunos expertos, la reelección del magnate podría estar asegurada.
En Europa seguimos sin saber cómo acabará lo del Brexit. La Unión ha flexibilizado algo su postura tras el último Consejo Europeo para evitar que Theresa May sea vulnerable a los halcones de su partido. Sin embargo, es importante que la salida del Reino Unido de la UE constituya un corte nítido sin favoritismos que solo alentarían a otros aspirantes. Otra cosa es que los europeos mantengan con los británicos una relación próxima y especial. Si no se consideran hermanos nuestros, al menos son primos.
En Alemania ignoramos aún que acuerdos conseguirá Angela Merkel con sus nuevos aliados gubernamentales. Sabemos que Wolfgang Schäuble, el hasta ahora ministro de Finanzas, elevado esta semana a Presidente del Bundestag, no será ya el “tío paco de las rebajas europeas”, el enemigo de mutualizar la deuda en el Eurogrupo y contrario a una gobernanza económica común de la Eurozona.
Pero nada garantiza que los nuevos socios de Merkel vayan a ser más proclives a las propuestas europeístas de Macron cuya popularidad en Francia ha bajado notablemente porque encara ahora unas reformas laborales y de la Administración impopulares, aunque necesarias, dicen, para dinamizar la economía francesa y lograr, a cambio, que Merkel apoye sus tesis europeístas.
Este 24 de octubre se clausurará el 19 Congreso del Partido Comunista Chino. Empezarán las habituales especulaciones sobre si se avecina un aperturismo político, si disminuye la corrupción, si su economía mejorará y como seguirá ejerciendo Beijing su papel de potencia mundial no exenta de imperialismo y protectora del régimen hermano de Corea del Norte.
El neoaislacionismo trumpiano favorece un cambio importante en Japón donde el actual Primer Ministro conservador, Shinzô Abe, acaba de conseguir una mayoría absoluta. Abe desea modificar la Constitución, impuesta por los EEUU tras la segunda guerra mundial, para transformar sus Fuerzas de Autodefensa en unas Fuerzas Armadas sin limitaciones. ¿Qué impacto tendrá ello en la geopolítica regional y mundial? ¿Querrá el arma nuclear, como le animaba Trump cuando era candidato?
¿Cómo se declinará la cuestión catalana con la respuesta de los independentistas al 155? ¿Acudirá Puigdemont al Senado para explicarse? ¿Convocará elecciones? ¿Proclamará el “Parlament” aún vigente la DIU? ¿Cómo se doblegarán las resistencias activas y pasivas de servicios públicos y de activistas independentistas? ¿Volverán el “seyn” y el sentido común? A tiempo están todos.
¿Sabrá el Gobierno mejorar la imagen de España? Esta está hábilmente deteriorada en Europa por los separatistas que por otra parte señalan los comercios en todos “los països catalans” donde se habla mal o no se habla el catalán. ¿No se mostraban los comercios judíos en la Alemania nazi?
Esto va para muy largo a pesar de que muchos crean, y deseen, que con el 155 quedará zanjada esta cuestión.
Carlos Miranda es Embajador de España
Carlos Miranda