Había que verlo. Sí o sí. Aunque oliera a rancio, por mucho que segundas partes nunca fueran buenas (y qué decir de la novena o la cuarta en TVE), y pese a que no estuviera Risto Mejide y sí la 'sota de bastos' de Mónica Naranjo. 'El Reencuentro' nos había reconciliado algo con el formato y había que darle una oportunidad, pero ya está. El trago pasó y a otra cosa mariposa.
Y es que por mucho que las audiencias no hayan sido nada malas en los tiempos que corren (2,5 millones de fieles y, sobre todo, un 19% de cuota son cifras como para que José Antonio Sánchez, el presidente de la Corporación RTVE, lleve tirando cohetes toda la mañana en Prado del Rey) a mí otra vez no me pillan, y sin confesar por ser mosca, estos imitadores de Leticia Sabater en sus dos vertientes, masculina y femenina. La de 'La Salchipapa' y 'El Pepinazo' es Barbra Streisand o Whitney Houston comparada con la mayoría de los candidatos de esta vez.
Al menos 'quedan en duda', como decían los miembros del jurado cuando tenían que ejercer de tales y para no decirles 'váyase usted a cantar a la ducha de su casa'. Y todo porque, según parece, si la gala en general fue una de las más desastrosas que se recuerdan fue porque existieron clamorosos fallos de sonido que, supuestamente, impidieron a los aspirantes mostrar todas las cualidades que se les presuponían.
El 'gallinero' que allí se montó, como lo tildaron los profesores en el chat posterior al programa, fue mucho peor que el «m'equivocao» de Rosa López o las llantinas de Bustamante en la primera edición del formato, la única en realidad que recuerda la mayoría de los mortales. Imagínense cómo lo harían Joao y Mario, los dos expulsados. A estas horas estarán planeando su suicidio o echando su currículum en Ikea, que es peor todavía, por no haber podido entrar en la Academia con el 'nivelazo' que había.
Los argumentos de los concursantes, que si no se escuchaban, que si la música entraba tarde, que si cantaban en un tono que no era el suyo… les sirven de momento para sembrar esas 'dudas', aunque la verdad es que no creo que ni yo, ni muchos telespectadores que 'picaron' esta vez, les demos una segunda oportunidad.
No me importaría dársela, eso sí, a un Roberto Leal, pese a los típicos nervios y empacho de frases hechas, o a un jurado que, al margen de lo acertado o no de sus decisiones (yo no hubiera metido a nadie en la Academia), cumplieron más que decentemente. En el caso de Monica Maranjo ya se sabía que cumpliría sobradamente, pero también lo hicieron Manuel Martos y, sobre todo, Joe Pérez-Orive, al que ya algunos empiezan a comparar con Risto Mejide, sobre todo por algunos tics, aunque todavía le falta mucho para ser el 'animal televisivo' en que se convirtió el publicista cuando pasó por este espacio.
La anécdota de la noche fue que, como si de Gran Hermano se tratara, a las primeras de cambio se exhibieron los primeros pechos femeninos. Eso sí, no fueron ni los de Mónica ni los de ningún candidato a cantante famoso sino los de una bailarina, a la que el top que llevaba le jugó una mala pasada mientras lo daba todo en la coreografía con la que el cuerpo de baile acompañaba a la Naranjo en el numerito que protagonizó ésta para abrir la gala. Ni aunque me prometieran que todo el mundo iba a hacer topless en la siguiente gala conseguirían engancharme.
La mosca