Carles Puigdemont no acaba de sucumbir y sigue amenazando al Gobierno del PP, aunque él sabe que la partida se está acabando. No hay nada más que negociar. No hay nada más que dialogar. Es vergonzoso. Todo son excusas sin sentido. La negra sombra de la prisión, el miedo al abandono como autor señalado de un delito de rebelión o la protección de su patrimonio sobrevuelan la conciencia de este President, ejemplo desgraciado de cobardía sin precedentes que mantiene en un vilo patético su decisión de declarar o no la independencia de Cataluña. El suicidio del inconsciente.
Veremos hacia dónde gira la enésima vuelta de tuerca. Puigdemont se niega a convocar elecciones autonómicas – la mejor salida a este conflicto- porque alude falta de garantías, mientras regresa a la estrategia del no puedo hacer más porque hago todo lo posible. ¿Nueva táctica de los independentistas para seguir buscando la justificación de sus argumentos en un hilo endeble? Puigdemont mantiene la trampa, la verborrea y su intención de rechazo imposible a las medidas que comporta su rebelión. No va a salvar los muebles.
Aquel al que llaman Honorable parece un pelele de feria abrasado por las llamas del fuego que él mismo ha encendido, denostando la democracia española y fomentando un debate que jamás ha tenido fundamento alguno. Su argumento aburre y cansa. Mientras, la bomba del enfrentamiento social está preparada para ser detonada por las juventudes de la CUP y los más radicales que le califican de traidor o de héroe, dependiendo de la declaración de turno. La amenaza del Artículo 155 no es negociable porque su aplicación excepcional deriva de una actitud anticonstitucional. Y punto final.
Puigdemont juega contra todos nosotros y contra él mismo. Su empecinamiento deja un escenario vivo y vomitivo de daño irreparable para los catalanes y los españoles. Esto es lo realmente preocupante. La fractura social y el odio visceral generado durante este sainete es deplorable, como la libertad que la Generalitat ha otorgado a los grupos sociales y políticos más radicales para el incumplimiento de las leyes y el ataque furibundo a las instituciones públicas.
El President es un destructor nato: no solo ha fragmentado una parte del país, sino que acabará incluso con los partidos nacionalistas que le han apoyado en esta aventura kafkiana. Su actitud provocará dimisiones en cadena y los llantos irrefrenables de todos aquellos que pensaron en la utopía innecesaria de una Cataluña republicana. El sueño se ha roto señor Puigdemont. Usted es una víctima que nunca ganará.
Fernando Arnaiz