Resulta paradójico escribir sobre celebraciones en un entorno de cultura occidental. Si algo sabemos y manejamos a la perfección es la búsqueda de espacios, razones y ocasiones para compartir y festejar. No obstante, en la eterna búsqueda del despertar consciente, en esta oportunidad quiero hablarte de la importancia de celebrar, no solo lo grande, sino todas y cada una de las bendiciones que recibimos a diario.
¿Cuántas veces has celebrado el milagro maravilloso de despertar en la mañana? ¿Cuándo fue la última vez que te alegraste por el logro de otro como si hubiese sido propio? ¿Desde hace cuánto tiempo no festejas las pequeñas victorias por estar esperando el GRAN logro? E incluso, quisiera invitarte a que te cuestiones si serías capaz de celebrar por aquello que terminó, por bueno que haya sido en su momento.
Un ejemplo de cultura de la celebración la encontramos en el Reino de Bután. Allí dedican un 30% de los días del año a celebrar su cultura, a través del baile y de representaciones ancestrales, sus raíces y valores que los aglutinan como sociedad. Y vaya que ellos saben de celebrar, ya que no en vano son pioneros en medir el Índice de “Felicidad Bruta” en sustitución del Producto Interno Bruto.
La felicidad está en el camino, no en el destino. Aunque es frecuente que la rutina nos lleve a dar todo por hecho, no debemos olvidar que siempre hay razones para alegrarnos por nuestros pequeños logros.
Y no nos llamemos a engaños, todo extremo tiene sus riesgos. Con el advenimiento de las redes sociales, pareciera que es tendencia “celebrar” cada día del año un motivo diferente. Así nos encontramos con festejos como el Día de la Sonrisa, el Día del Beso, el Día del Amigo, entre muchos otros. Esta costumbre no es buena ni mala per se pero mantengamos lo genuino de nuestra celebración, enlazándolo a alguien de nuestro entorno y “humanizando” lo que consumimos a través de la tecnología.
En nuestro afán de control, es frecuente que la felicidad de un momento de celebración se convierta en tristeza cuando termina. He allí el verdadero reto. Así como dijo un sabio una vez: “No llores porque se acabó; sonríe porque sucedió”.
Ten en cuenta que también hay que aprender a celebrar lo que no fue.
El hecho de festejar el final de una fase implica también cerrar ciclos y practicar el desapego. Así como en un momento de nuestras vidas le damos la bienvenida a lo nuevo, cuando celebramos lo que terminó estamos pasando la página y dejando la puerta abierta para que lleguen buenas nuevas.
Con la cercanía del cierre del año, me gustaría motivarte a revisar tu Índice Personal de Celebración y a plantearte metas de festejo para el próximo año, recordar lo vivido en gratitud (desde lo pequeño pero significativo) y sin dejar de compartir con otros sus victorias personales. Todo esto nos abre caminos acercándonos a nuestro propósito de vida y así ir construyendo nuestro destino.
¡Dios es amor, hágase el milagro!
Ismael Cala