Puigdemont usó el primer día de su república para abandonarla y dejar que sus funcionarios y funcionarias asumieran su responsabilidad. Ahora, será el huido Puigdemont, el que durante unas horas ha jugado al ridículo exilado.
No le dieron cárcel, que se la dieron a dos 'jordis' anónimos y, ahora, quiere exilio. Este postulante a mártir camina de patochada en patochada, hasta el ridículo final. La “república” convocada a bastonazos de ediles, acabará siendo un chiste.
Mientras, en un gesto sin precedentes, los mismos que hasta el viernes gritaron insumisión hoy se dan al masivo acatamiento. No es de extrañar que quienes ocultaron cobardemente su voto no puedan reclamar a funcionarios y funcionarias que fundan su carrera por una república tan innoblemente defendida.
'Fuigdemont’ ha engañado a todo el mundo, desde Urkullu a Sánchez, pero especialmente a los suyos. Tras llevar al límite a su pueblo, negar sus acuerdos por miedo a cuatro tuits fascistoides, agotar las energías sociales, destrozar la confianza económica y producir un daño irreparable a la imagen catalana, especialmente a la de Barcelona, resulta que comparece en…Bélgica.
Ha decidido marcharse el día que el resto del personal debía comparecer y el día que la justicia debía señalarle.
Olviden a ‘Fuigdemont’. Vuelve la Constitución porque resulta que no solo Paco Frutos (ah, como se echó de menos al “estimat PSUC”) sino casi todo el mundo se ha convertido, súbitamente, en un 'butiflér' de las mentiras del relato independentista.
“El problema catalán ha vuelto a la Constitución, pero no está resuelto. Nuestro problema territorial siempre ha aparecido por una debilidad de estado, generada por las crisis y el aprovechamiento venal que algunos hicieron de ellas.
No; el problema catalán no ha concluido. Nos quedan jornadas de sufrimiento y estrés. Pero, entre el viernes y hoy, hay una diferencia: el problema catalán está en la Constitución.
Conviene pues que olvidemos el teatro y volvamos a nuestro problema territorial. Un problema que siempre ha aparecido por debilidad de estado generada por las crisis y el aprovechamiento venal que algunos hicieron de ellas. Esto vale para el final de los Austrias, el cantonalismo, la Segunda República y el final del franquismo.
No es solo la reforma de la Constitución; son, también, el modelo social y la protección de la mayoría los que han sido puestos en cuestión por el debate identitario. Los populismos – el nacionalista y el de sedicente izquierda- nos han puesto a prueba. Nuestra aparentemente vieja Constitución ha resistido y, moleste a quien moleste, con una amplia mayoría política.
Pero no crean que solo estos populismos se verán fracturados por su posición no constitucional. El gran fracaso de la operación para desterrar la Constitución y sus emblemas políticos (Sartorius, Borrell, Frutos, entre muchos otros, en la izquierda insultada, convertida en facherío junto a la derecha constitucional) no puede hacernos olvidar la necesidad de mejorar prácticas políticas y modelo social si no queremos que la fractura sea más amplia.
Dejen el pasado a ‘Fuigdemont’ y frecuenten el futuro. El 21 de Diciembre, Cataluña decidirá en unas elecciones autonómicas lo suyo. España ha perdido su legislatura política pero ya no necesitamos sobresaltos.
Al final, el populismo abandonará el campo, le daremos un golpetazo a la política de la ira y nos prepararemos para cambios tranquilos. No hay mal que por bien no venga.
Juan B. Berga