domingo, noviembre 17, 2024
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Jaula para los gatos

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El gato Puigdemont sigue agazapado en el árbol, pero la manada ya está en la jaula. Es un gato callejero, aleonado y despeinado, que huye ante el peligro y busca comida fuera de casa. Un vulgar minino de barrio que se esconde debajo de las ruedas para evitar que le vean, le identifiquen y le capturen. No llega a ser una mascota doméstica, ni sirve para ser adoptado. Este felino es de raza desconocida y maúlla como si valiera lo que no vale, como si tuviera pedigrí.

No baja del árbol porque tiene miedo, mucho miedo. Pero le queda muy poco para reencontrarse con sus compañeros de andanza. La familia gatuna de Puigdemont se quedó en casa, protegiendo el territorio, pero ayer actuó el veterinario, o mejor dicho la veterinaria, que determinó el ingreso inmediato de todos sus miembros en la jaula durante una temporada. El problema de los gatos callejeros es que son muy prolíferos y capaces de buscarse su alimento para gestar y parir en condiciones adversas.

El gato prófugo tiene el pelaje largo y desaliñado, es perezoso y hace tiempo que agachó las orejas. Presenta las características del gato común: cazador, independiente y adaptable a cualquier ambiente. Muy viajero y asilvestrado. Y será así porque, digo yo, se habrá criado en entornos diferentes. Es por ello que reacciona con cobardía y desconfianza, demostrando siempre una práctica ausencia de socialización y aceptación de las normas.

El felino Puigdemont huyó después de comerse la merienda para evitar ser cazado de forma drástica, pero no queda más remedio que atraparlo como al resto de la manada. Se ha pedido ayuda al control de animales en el lugar del exilio para evitar la colonización y la adaptación indeseada, puesto que ha entablado relación con otros gatos de la zona y de su mismo pelaje. Desde hace unas cuantas horas lo buscan para capturarlo.

Esta es la breve historia de un gato que no para de maullar sin que nadie le haga caso. Un gato salvaje y cruel con su manada. Un gato que ha revolucionado el barrio que le dio de comer y que se fugó de manera innoble. Ahora, ronronea incomodo, sobresaltado e intranquilo porque sabe que la jaula que le espera terminará definitivamente con la séptima vida que le quedaba.

Fernando Arnaiz

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