Se lo tengo escrito: la palabra que más les gusta a los ricos es gratis. Quizá sea por eso que el soberanismo catalán, tan rural como burgués, pintaba su república con ríos de leche y miel pagados, naturalmente, con amplias tasas a los obreros.
Pues no; nada es gratis. Burlar la ley democrática no hace a las instituciones más modernas, las hace más autoritarias. No produce más bienestar, produce más austeridad. No ofrece oportunidades, ofrece ira e incertidumbre.
No hay prosperidad sin reglas. Eso no es solo un principio democrático, sino una idea que la izquierda ha defendido persistentemente contra “el fuero y el huevo” tan hispano. Son las reglas, las constitucionales, las que han sido burladas.
Este columnista no dedicará un minuto a quienes desmienten el carácter democrático de nuestra Constitución – adaptable, mejorable, reformable, según las reglas y las mayorías democráticas expresadas en urnas legales- y nuestra Ley. Y menos a cínicos abogados belgas. Los que tenemos la edad suficiente para saber lo que es franquismo y fascismo, y para tener en nuestra familia a gente que sí fue preso político, no estamos por la labor de atender a mensajes de rufianes.
No será gratis para las populistas equidistancias que soñaban ser el eje del debate, apropiándose del federalismo. No se puede ser equidistante con un casco azul en una mano y la ira del populismo en otra. No cuela.
Burlar la ley democrática no es gratis. Y no me refiero a los costes judiciales que abruman, hasta la huida indigna, a los burladores. Produce la inevitable pérdida de autoridad de quienes han conducido a su pueblo a un abismo para abandonar al día siguiente la línea de batalla.
Los costes de libertad son severos e indeseables para cualquiera; tanto como ignorar la ley, arrasar el parlamentarismo y despreciar las advertencias legales y los tribunales constitucionales. Las opciones erróneas y su coste de libertad de los burladores de la Ley, harán daño a una sociedad tensionada e irritada en todas las direcciones.
Pero si algo no es gratis para la mayoría social, es la frivolidad, la ignorancia y la perversión ética con la que el independentismo catalán ha ocultado la verdad económica a su pueblo.
El soberanismo no era una oportunidad, era un salto en el vacío. Lo sabemos a causa del Brexit populista, que como el soberanismo catalán ignoraba la firmeza política europea, y ocultaba el daño donde más se nota: en el impuesto más injusto y que más afecta a los más pobres, los precios. Lo sabemos a causa de la pérdida de valor del patrimonio catalán en un solo mes.
Este es el coste del populismo nacionalista, jaleado por el populismo equidistante de la más sedicente izquierda que hemos visto.
Puede que a Ustedes, como a mí, les parezcan exagerados los terribles escenarios que apunta el Banco de España. Pero no desprecien la advertencia. Es bien cierto, que la república por la que circularían ríos de leche y miel era una ensoñación falsaria como – con ética reprobable y mafiosa- han mostrado los asesores de Junqueras, en conversación gravada: no se podía reconocer la imposibilidad para que no tuviera costes electorales.
No es gratis para las populistas equidistancias que soñaban ser el eje del debate, apropiándose del federalismo, escapando de las imputaciones pero alentando el grito “indepe”, tipo Colau, o acudiendo a ilustres cenáculos que los han hundido en crisis de narices, tipo Iglesias. No se puede ser equidistante con un casco azul en una mano y la ira del populismo en otra. No cuela.
La ira de los rufianes nunca fue gratis. Tenía costes para los que la sufrían; y tiene, ahora, costes para los que la predicaban. Tendremos que ser los que nunca la practicamos los que llamemos, de nuevo, a las reglas, al fin de los escraches, al entierro de las palabras gruesas y los insultos.
No será fácil, porque la ira arrasa el pensamiento y la razón, con la misma fuerza que una empresa huyendo de su sede social. El populismo tuvo su gloria, háganme caso: quedará reducido con el retorno del constitucionalismo.
Mientras los suyos sufren, mientras su pueblo sufre, mientras los mercados sufren, Puigdemont el huido se toma un café en el centro europeo de Bruselas: no es gratis, lo ha pagado su ciudadanía y los pagaremos los demás.Un café insolidario y desleal que han pagado sus compañeros y compañeras en términos de libertad.
Aunque un café con abogado belga debiera ser gratis, en nombre de los derechos humanos desplegados por los belgas en el Congo, por un poner, ¿no creen?
Juan B. Berga