La batalla había sido dura y los hombres. Apesadumbrados por el horror vivido, restañaban sus heridas al calor de las hogueras y la luz omnipresente de La Luna.
Unos pensaban en volver a casa; otros recordaban a sus dulces novias o esposas, pero casi todos, daban gracias a Dios por poder contarlo un día más.
Entre estos últimos se encontraba el Capitán del ejército de la Unión Robert Elly que descansaba en Harrison’s Landing, tras un feroz combate contra la Confederación. Tan solo les separaba del enemigo un estrecho trozo de terreno al descubierto. Habían luchado bravamente y ahora intentaban recuperar fuerzas para continuar la lucha al día siguiente, cuando el Capitán escuchó unos quejidos provenientes de la tierra de nadie. Sin pensarlo dos veces, sin tener constancia de que el soldado herido que se quejaba era de los suyos o pertenecía al bando enemigo, Robert Elly se lanzó a su rescate arrastrándose por el suelo para no ser blanco de los disparos de los vigías contrarios.
Tras unos minutos de tenso ejercicio, el Capitán, jugándose la vida, alcanza al soldado herido. En la oscuridad no percibe el color de su uniforme, pero da lo mismo. Como puede, con un esfuerzo inaudito, arrastra el cuerpo hasta sus líneas. Cuando las alcanza, ayudado por sus hombres, descubre que se trata de un joven soldado enemigo y que desgraciadamente ya no se queja: ha fallecido.
Pero la conmoción hace presa de su alma cuando identifica el rostro del soldado: se trata de su hijo, el estudiante de música en una academia del sur. Destrozado, Robert llora abrazando el cadáver de su hijo. Le besa, le limpia, lo abraza una y otra vez. Entre sus ropas encuentra un papel con unas notas musicales y una letra. Lo guarda.
El Capitán Robert Elly, solicita a sus superiores poder enterrar a su hijo con honores militares, pero estos, al tratarse de un soldado enemigo, tan solo le conceden la presencia de un único músico. Robert Elly, destrozado, escoge un joven corneta.
Transido de dolor, recuerda las notas que su hijo había escrito en un papel y se lo entrega al corneta, que tras un breve oficio religioso lo interpreta durante el sepelio. Esta es la letra:
El día ha terminado.
Se fue el sol, de los lagos,
de las colinas, de los cielos.
Todo está bien.
Descansa protegido.
Dios está cerca.
La luz tenue, oscurece la vista
y la estrella, embellece el cielo.
Brillando luminosa, desde lejos.
Acercándose, cae la noche.
Agradecimientos y alabanzas
para nuestros días
debajo del sol,
debajo de las estrellas
debajo del cielo.
Así vamos.
Esto sabemos.
Dios está cerca”.
A partir de ese día, esta canción, conocida como TAPS, o toque de SILENCIO, se toca en todos los funerales militares y policiales de Estados Unidos y una gran cantidad de países. Se trata de una emotiva y bella canción que consigue que nuestros ojos se humedezcan y un nudo nos atrape la garganta, a la par que un escalofrío nos recorre la columna vertebral.
Esta es su historia.
José Romero