domingo, noviembre 24, 2024
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Elogio del urbanita

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Llevo tiempo observando una especie de mitificación de lo rural sobre lo urbano. La televisión y otros medios de comunicación están llenos de bucólicas imágenes de pueblos, de aldeas con casitas blancas al pie del mar y la maravillosa vida de unos tíos a siete mil metros de altura en el Nepal.

Se ruedan documentales sobre parejas que un día, decidieron estar hartos de la estresante vida urbanita y se compraron una casa en la sierra, para reconvertirla en albergue rural, eso sí con jacuzzi en las habitaciones que los placeres de la vida hay que aprovecharlos. De fulanita, que dejó el barrio que la vio nacer para cultivar productos ecológicos en un lugar perdido del Ampurdán, y que los vende a precios desorbitados, por internet claro está, pero que no duelen en el bolsillo porque son más sanos según dicen. Muchas alcaldías promueven “huertos urbanos” como una vuelta a la pureza intelectual y a la integridad como ser humano mediante el trabajo manual.

Los que hemos nacido y crecido en una ciudad y no tenemos “pueblo” al que acudir en vacaciones, contemplamos este movimiento con estupor. Los que amamos la ciudad como foco de cultura, de trabajo, de igualdad y porque no decirlo, de diversión; estamos perdidos e incluso nos sentimos algo culpables, cuando un colega te dice que se va a pasar una semanita al pueblo con la familia, que allí descansa y además tiene unas fiestas brutales para pasarlo bien y regresar como nuevo, porque me quedaría allí, pero no hay trabajo y una estancia superior a siete días resulta aburrida.

Escucho a los nuevos intelectuales, con barba, gafas y aspecto desaliñado criticar el consumismo de los habitantes de la ciudad, su modo de vida capitalista, el uso de los automóviles contaminantes, las grandes diferencias sociales que las grandes ciudades promueven y los trabajos “basura” de millones de personas. Todo culpa del capitalismo salvaje del que las grandes urbes son el máximo exponente, según ellos.

Pero, en mi humilde entender, el mito del buen labriego, está sobrevalorado como algunos jugadores de futbol, cuando no es tendenciosamente utilizado. Olvidan que el ser humano ha tendido a agruparse para colaborar y protegerse. Que la ciudad es la consecuencia lógica de la evolución de la sociedad hacia un mundo mejor.

Las desigualdades han existido desde que los primeros clanes se agruparon en tribus y estos en sociedades complejas. El trabajo agrícola y ganadero es y ha sido muy duro, y además expuesto a vicisitudes-sequias, plagas, enfermedades-, que podían dar al traste con todo un pueblo, sumiéndole en la hambruna y  provocando su desaparición. Además, siempre había gente rica-la que poseía por medios lícitos o ilícitos-, más tierras y cabaña ganadera y otra pobre que trabajaba para esta. Ósea, que de sociedad idílica nada. Es con la aparición de las urbes-estoy generalizando claro está, aunque no sea bueno-, cuando esos pobres que apenas comían en los pueblos, pueden labrarse un futuro, alejado de las rudas tareas del campo, emigrando a las ciudades donde era un poco más sencillo buscarse la vida y vivir de su trabajo.

El ser humano lleva siglos inventando aparatos y artilugios para deshacerse del trabajo manual o al menos hacerlo cómodo, lo que conlleva más tiempo libre, el acceso a la cultura y a una vida repleta de posibilidades, donde las personas puedan conocer otros lugares u otros países y no vivir y morir en el mismo terruño que les vio nacer.

No es casualidad que las grandes revoluciones en pos de la igualdad y la abolición de antiguos privilegios aristocráticos, hayan sido promovidas en las ciudades. La misma palabra “ciudadano”, conlleva ser sujeto de derechos y obligaciones, algo impensable en las sociedades agrícolas del pasado, mucho más conservadoras y amigas de mantener los viejos estamentos.

Me temo, que muchas de estas ideas están siendo utilizadas como piedra en que apoyar las palancas de ciertos nacionalismos. La idea mítica de la Cataluña rural y pescadora, atada a las tradiciones y al castellet, o el buen pastor vasco y el tribalismo perdido de “nosotros somos diferentes”, subyace como sustrato romántico para que las elites soliciten o promuevan la independencia de esas regiones, alimentando el conflicto dentro del país.

Así que él quiera, monte su chiringuito en un pueblo y trate de vivir como antaño, eso sí, con Wi-Fi, no vaya a ser que este desconectado del mundo. Dejará de ser un burgués, término menospreciado, pero no olvidemos que fue la burguesía la que en 1789 acabó con el Antiguo Régimen, ya que reclamó un espacio político además del económico, que ya disfrutaba.

El planeta se ha hecho muy pequeño y la gran mayoría de la población vive en ciudades-que no son perfectas, por supuesto y hay que luchar para mejorarlas-, con acceso a la información, a los bienes de consumo, y a los grandes inventos de la humanidad. Y no vamos a realizar un camino de  retorno en la historia.

De eso estoy seguro.

José Romero

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