Los soldados sudan bajo el calor húmedo y terrible del sudeste asiático, mientras aguardan la llegada de uno de ellos. Patrullando han encontrado un agujero en el suelo de la jungla. Es pequeño, de apenas un metro de diámetro, pero todos saben que es la entrada a un túnel del Vietcong. Nadie se atreve a entrar, dentro, en las entrañas de la tierra rojiza, seguramente hay enemigos escondidos. El Vietcong es un fantasma que aparece, ataca y desaparece bajo tierra. Se trata de la estrategia de la “pulga”: desangrar al enemigo con pequeños picotazos.
Solo un puñado de hombres se prestan voluntarios para la tarea suicida de penetrar en los túneles y limpiarlos. Y ahora están esperando a uno de ellos.
Por fin aparece. Es un hombre pequeño y le apodan Batman, pero su verdadero nombre es sargento Robert Batten. Sin hablar nada, se quita la guerrera, coge una pistola, una linterna y un cuchillo y se hace atar por la cintura con una cuerda. Así le arrastraran fuera si le matan.
A continuación, se introduce por el agujero. La respiración es entrecortada cuando llega al suelo. El corazón galopa desbocado amenazando con escaparse del pecho. Con precaución, comienza a arrastrarse por el angosto túnel. Conoce los peligros que le acechan: desde trampas con afiladas estacas punji-trozos de bambú afilados llenos de excrementos-, hasta minas, pasando por cajas llenas de serpientes venenosas que saldrán si las mueve.
Batman intenta mantener los nervios mientras alumbra con la linterna, intentando recordar la regla de oro de un rata de túnel: nunca hacer más de tres disparos sin recargar. Así el enemigo no sabrá nunca cuanta munición le queda. Poco a poco, avanza hasta llegar a una sala que desprende un olor terrible que le impregna los pulmones, amenazando con hacerle vomitar. Pero se contiene. Está llena de cadáveres en descomposición. El Vietcong esconde sus muertos en lugares así, con el objetivo de que los norteamericanos no puedan contar las bajas que han infringido.
Media hora después, Batman vuelve al punto de partida. No hay enemigos vivos. Toca un silbato que lleva colgado del cuello y sus compañeros le suben jalando de la cuerda. Una vez arriba, contempla el sol filtrándose entre los árboles. Hoy ha tenido suerte. Hasta la próxima ocasión. Piensa-mientras fuma un cigarrillo y los demás preparan explosivos para volar el túnel-, en el día a día, porque el mañana no existe.
El sargento Robert “Batman” Batten, sobrevivió a la guerra. Fue considerado el mejor de los mejores entre los “ratas de túnel”. Acabó con numerosos enemigos y fue condecorado en numerosas ocasiones. Estuvo entre los diez norteamericanos más buscado por el Vietcong para ser eliminado. Tuvo suerte, porque muchos no sobrevivieron y otros salieron de los túneles llorando y destruidos como personas, sufriendo toda su vida secuelas psicológicas.
Hoy en día, la tradición continúa. Los soviéticos del 40 ejército tenían sus propios ratas de túnel en Afganistán. En ese mismo país, los Marines y los Royal Marines ingleses también desarrollaron ese tipo de actividad según se cree. Israel tiene un equipo de elite entre la elite, llamado SAMOOR (Comadreja), en la unidad de ingenieros de combate Yahalom.
Mis respetos hacia esos guerreros subterráneos que logran dominar el terror con mayusculas. Que son capaces de arrastrarse por un laberinto oscuro donde la muerte acecha en cada recodo.
¡Valientes!
José Romero