El treinta de septiembre de 1609, el galeón español San Francisco, luchaba contra la embravecida mar en las costas de Japón, concretamente en la zona de Onjuku, a unos setenta y cinco kilómetros de Tokio. Los esfuerzos de la tripulación ímprobos y hercúleos, no dieron fruto y el barco español terminó naufragando y hundiéndose a causa de un tifón. Cincuenta y seis marineros españoles se fueron para siempre a las profundidades con él.
De los trescientos setenta y tres tripulantes que habían partido de Manila con destino a Acapulco, al mando del antiguo gobernador de Filipinas, Rodrigo de Vivero sobrevivieron trescientos diecisiete, que fueron rescatados por los habitantes del lugar, incluidas las “ama”, sirenas japonesas que buceaban a pulmón en la pesca de moluscos. Todos se lanzaron al agua para rescatar a los españoles.
Felipe III, embargado de emoción por el gesto de los nipones, ordenó a Sebastián Vizcaino, una misión diplomática y llevar varios presentes, en señal de amistad y agradecimiento, a Legasu Tokugawa, primer Shogun, unificador de Japón y fundador de la dinastía de caudillos militares que gobernó hasta 1868.
Entre los regalos, viajaba un pequeño reloj mecánico fabricado en Madrid por el maestro relojero Hans de Evalo, que como su nombre indica no era de Lavapies precisamente, sino flamenco. El artilugio entusiasmo tanto al dignatario japonés, que no se separó de él ni siquiera en su muerte. Hoy en día, se guarda como oro en paño en el santuario de Kunozan, donde se veneran los restos de Legasu.
Está considerado como el reloj más antiguo del país del sol naciente y como tal, es visitado por dirigentes mundiales-incluidos nuestros reyes en abril de este año-, estudiosos, historiadores y turistas.
Parece increíble que los monarcas de la tecnología futurista, los laboriosos e inteligente japoneses, dispongan de una joya de la mecánica del que por aquel entonces era, el imperio más grande jamás conocido.
Dice mucho de aquellos hombres, castellanos, aragoneses, vizcaínos o valencianos, que embarcados en débiles barcos de madera, recorrieron los siete mares, las mil y una costas; comerciando unas veces, guerreando otras, explorando muchas. Y todo en nombre de España.
No lo olvidemos, que últimamente parece que este país, nunca ha existido.
José Romero