Paseo una mañana de domingo por las proximidades de los viejos cuarteles de Daoiz y Velarde. Los mismos cuarteles que sirvieron de improvisado hospital de campaña, cuando los atentados del 11-M convirtieron las vías de los trenes que conducen a Atocha en una amalgama de hierros y sangre de centenares de personas. Nunca esas paredes, que fueran cuarteles y talleres del ejército, dejarán de ser lugar de memoria, recuerdo, homenaje y dolor.
La Nave-Teatro Daoiz y Velarde, se encuentra abierta y en su interior se ha instalado una Exposición sobre Angel Llorca, el maestro que soñó la República desde el Grupo Escolar Cervantes. Doy una vuelta leyendo los paneles y contemplando las fotos que ilustran la vida y la obra de Ángel Llorca. Materiales procedentes del legado de documentos, libros, fotografías, que los herederos entregaron a la asociación Acción Educativa, quien creó una Fundación para mantener viva su labor pedagógica vinculada con las ideas educativas de la Escuela Nueva y de la Institución Libre de Enseñanza, de Giner de los Ríos.
El último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX son tiempos convulsos, fuera y dentro de España. En este contexto, al calor de las ideas liberales, reformistas, regeneracionistas, socialistas, libertarias, o krausistas, se desarrollan, en Europa y América, movimientos de renovación de la enseñanza, que pretenden superar la escuela Tradicionalista y abrir puertas y ventanas de las aulas, para que el aire fresco de las familias, de la ciencia, de los campos y el rico interior de cada niño y cada niña, trabajando en grupo, inunden los centros educativos.
De aquellas ideas surgen experiencias como la Escuela Libertaria de Yasnaia, Poliana, de Tolstoi, en Rusia; las Escuelas de Munich, de Kerschensteiner, en Alemania; la Escuela Laboratorio de John Dewey en Chicago; la Escuela del Hermitage de Decroly, en Buselas; la Maison del Petits de Claparède, en Suiza; el Método de Proyectos, de William Kilpatric, en Estados Unidos; la Casa de los Niños de María Montessori, en Italia; la École Nouvelle de Cousinet en Francia; Summerhill, de Alexander S. Neill, en Inglaterra; la Colonia Gorki, de Anton Makarenko, en la Unión Soviética; la Imprenta en la Escuela, de Celestin Freinet, en Francia. Y éstas son sólo algunas de las experiencias europeas más significativas.
Llorca nació en 1866. Inició su labor como maestro en Elche. Su trabajo allí mereció el Premio de Honor y la Medalla de Oro de la exposición escolar de Bilbao, de cuyo jurado formaban parte Miguel de Unamuno, o Bartolomé Cossío.
A los 44 años recibió el encargo de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, presidida por Ramón y Cajal, de viajar por Europa y estudiar la enseñanza en Francia, Bélgica, Francia, Italia. Luego le encargarán organizar viajes de maestros por esos países, para conocer sus sistemas educativos. Todas estas experiencias sustentarán su labor como director del Colegio Público Cervantes desde 1916 a 1936, año en el que se jubila el 25 de julio, con 70 años.
Pese a la jubilación, a la vista del desastre de la Guerra Civil, organiza una residencia infantil en el Colegio Cervantes y, más tarde, crea en Perelló (Valencia) un internado para niños y niñas evacuados. Terminada la Guerra, vuelve a Madrid. Es depurado como maestro, pierde su pensión y sus obras son prohibidas Muere en diciembre de 1942.
Estas gentes aprendían y ensayaban nuevas metodologías para la educación española. Partían de los intereses de sus alumnos para extraer de ellos lo mejor de sí mismos. Implicaban a toda la familia en el proceso educativo. Mostraban, sin imponer. Provocaban la curiosidad y facilitaban el aprendizaje.
Organizaban sus clases, conferencias, veladas con las familias, salidas al campo, cine, comedores, bibliotecas, viajes educativos en familia para conocer otros lugares. Participaban en intercambios con el extranjero. Crearon las misiones pedagógicas. Promovían obras de teatro, conciertos, escuelas nocturnas para personas analfabetas. Acudían a cursos y congresos nacionales e internacionales para intercambiar, aprender, mostrar sus experiencias.
Pocos hicieron tanto como los maestros y las maestras de la República para que la libertad, el respeto, el bien público, el desarrollo personal, la democracia, fueran la base sólida de nuestra convivencia y nuestro futuro. Pocos sufrieron, como ellas y ellos, los efectos de las pasiones desbocadas, de la guerra y el negro futuro que se apoderó de España durante décadas. Recuperar su memoria, hablar, escribir sobre ellos, es tanto como aprender a convivir.
Francisco Javier López Martín
Javier López