Nadie es perfecto, pero la República Federal de Alemania es un ejemplo de sensatez desde que fue fundada en 1949, dispersadas las nauseabundas cenizas del III Reich hitleriano. La reconstrucción material, psicológica, moral y política alemana ha sido encomiable.
Esta nueva Alemania, reunificada con la absorción de la República Democrática de Alemania tras el fracaso del comunismo en el Este europeo, incluso en su patria rusa, y la caída del Muro de Berlín, es desde hace tiempo un actor internacional importante y principal motor económico de la Unión Europea. Es, con Francia, su clave de bóveda.
Desde 2005 está al frente del gobierno alemán Angela Merkel, discípula predilecta de Helmut Kohl, el Canciller artífice, con su Ministro de Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, de la unificación alemana en contra de la opinión inicial de varios importantes aliados suyos internacionales que, como decía algún comentarista socarrón, amaban tanto a Alemania que preferían varias a una sola.
Ser la niña bonita de Kohl no impidió a Merkel posicionarse en contra de su jefe en un grave caso de corrupción (para los estándares alemanes, no los españoles) acerca de una contribución anónima de dinero a su partido socialcristiano (CDU). Kohl tuvo que marcharse al no querer revelar la identidad del donante (¿hubiera ocurrido igual en España?).
En dos ocasiones Merkel ha gobernado en coalición con su gran rival político de la izquierda, el Partido Socialdemócrata (SPD). Ejercicio de responsabilidad de ambos partidos para la mejor gobernanza de Alemania. En ambos casos el SPD salió luego trasquilado electoralmente a pesar de haber aportado a la coalición parte de su programa electoral.
No obstante, el SPD sigue sin rehuir sus responsabilidades no solo respecto de Alemania sino también de Europa. Esto último es importante porque hoy en día, al punto de integración europea a la que hemos llegado, un partido nacional debe sentirse asimismo responsable del bienestar de los ciudadanos de la Unión a la hora de negociar el gobierno de su país.
Fruto de ello es la nueva disposición del SPD a considerar una tercera alianza electoral con la CDU y la CSU, su partido hermano bávaro, cuyo eventual acuerdo tendrá que ser luego sometido a las bases socialistas, como lo había sido el anterior acuerdo de coalición.
Los europeístas pueden sonreír. Especialmente el Presidente francés, Emmanuel Macron, que también necesita en Berlín un gobierno decidido a profundizar la UE y ello es más probable con Angela Merkel y Martin Schulz, si bien nunca serán tan entusiastas como el francés.
Schulz interpretó inicialmente su pobre resultado electoral en las pasadas elecciones de septiembre, el peor históricamente del SPD (20.5%), como una repulsa de su electorado a seguir con la «Grosse Koalition».
Sin embargo, tras el fracaso del subsiguiente intento de organizar una coalición de los socialcristianos con los partidos Verde y Liberal, Schulz ha tenido que cambiar de parecer ante las presiones de miembros de su propio partido renuentes a una repetición de las elecciones. El Presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, ha logrado imponer el criterio de que los partidos deben acomodarse responsablemente al reparto de votos conseguidos en las elecciones sin buscar partidariamente un nuevo reparto de cartas.
Aplicando estas reglas en España al primer semestre de 2016, hubiéramos podido asistir tras la Investidura fallida de Pedro Sanchez apoyada responsablemente por Ciudadanos y torpedeada alevosamente por Pablo Iglesias, a otro intento de pacto gubernamental en lugar de haber ido a unas segundas elecciones. No haberlo intentado seriamente fue una irresponsabilidad de nuestros políticos, irresponsabilidad reincidente en quienes estuvieron, luego, dispuestos a unos terceros comicios.
Un entendimiento entre PP y PSOE, incluso antes de la Investidura malograda de Sánchez, podría haber conseguido, quizás, la vuelta a casa de un Rajoy entonces muy débil y, con ello, iniciado la necesaria regeneración moral del PP. Posiblemente se habría podido contener políticamente la alocada aventura a ninguna parte de los secesionistas catalanes alentados por la displicencia esencialmente jurídica de Rajoy, sin perjuicio del imprescindible respeto a la legalidad. Igual la Agencia Europea del Medicamento se habría ido a Barcelona y muchas empresas no se habrían exiliado de Cataluña.
Sin embargo, en España los doctores en política de arriba y de a pie son más inteligentes que en Alemania, sobre todo cuando dictaminan que «España es distinta» para justificar lo propio, lo absurdo, lo diferente, la cerrazón. Harían felices a un Molière resucitado… Así nos va, mal, y les va a otros, mejor.
Habrá que ver en que desembocarán las posibles negociaciones entre CDU, CSU, y SPD, así como la eventual ratificación por las bases socialdemócratas si hay acuerdo de coalición. Puede que no lo logren y se convoquen unas segundas elecciones, pero incluso en este escenario negativo ya ha quedado en evidencia el gran sentido de la responsabilidad política de socialcristianos y socialdemócratas alemanes. Como en España….
Carlos Miranda es Embajador de España
Carlos Miranda