sábado, noviembre 23, 2024
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Hay una juventud que aguarda

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Que el tiempo es relativo, ya quedó científicamente demostrado por un ser humano tan impagable como Einstein. Hace ahora diez años que murió en Barcelona un escritor llamado Francisco Candel. Vivía yo en Villaverde y algunas de mis primeras hambres de lecturas juveniles se saciaban con los libros de Francisco Candel.

Identificaba muchos de sus personajes. Reconocía a muchos de mis amigos y vecinos en los barrios en los que transcurrían sus historias. Me sentía aquel joven que peleaba por publicar su primer libro en Hay una juventud que aguarda. Aquel barrio de aluvión del Sur de Madrid, en el que yo vivía, era el mismo barrio que describe Candel  en su novela Donde la ciudad cambia su nombre.

Había nacido Paco Candel en 1925, en un pueblecito de Valencia llamado Casas Altas. Un enclave valenciano situado entre Teruel y Cuenca. De allí salieron los Candel para buscar oportunidades de vida y trabajo en Barcelona, aunque fuera a costa de tener que vivir en las barracas de Montjuich, poco más que chabolas. Allá por las Casas Baratas, Can Tunis, Plus Ultra, o Port, que tenía iglesia parroquial.

A los catorce años tuvo que abandonar los estudios y comenzar a trabajar, como tantos otros hijos de charnegos en aquella época. Sin embargo, cuanto llevaba dentro, sus experiencias y sentimientos en esos andurriales que yo llamaré la Tierra de los Nadie tenían que encontrar un cauce. Su primo hermano, Juan Genovés, lo encontró en la pintura y Paco Candel lo encontró en la escritura.

Su primera novela, cuya portada fue pintada por su primo, es un collage de sensaciones, ideas, a mitad de camino entre el cuento, el diario, el periodismo. Hay quien ha comparado, acertadamente, el estilo de Candel con el de Hemingway. No fueron grandes los éxitos editoriales de estos primeros libros, le trajeron problemas, fueron censurados y hasta alguno prohibido, pero afianzaron su voluntad de escribir y le permitieron granjearse fama de escritor realista y cercano a su entorno.

Entraron los años sesenta y Candel seguía escribiendo, a lo suyo, de lo suyo, de los suyos. Recuerdo haber devorado en los setenta sus novelas Han matado a un hombre, han roto el paisaje, ¡Dios, la que se armó!, o Historia de una parroquia.

En su afán por escribir, Paco acometía artículos y se aventuró en el, por aquellos días peligroso, mundo del ensayo, dejándonos una herencia de ideas, observaciones y juicios, diría que imprescindibles para cuantos quieran estudiar ese periodo del desarrollismo franquista en su intrahistoria.

Desde la cultura obrera hasta el modelo urbanístico y social de las periferias de las grandes ciudades españolas, siguen guardando algunas de sus claves de interpretación en ensayos como Los otros catalanes, Ser obrero no es ninguna ganga, Los que nunca opinan, o Carta abierta a un empresario.

Es difícil entender las decisiones de los sectores antifranquistas, el importante desarrollo del movimiento obrero en Cataluña bajo la dictadura, la constitución de las CCOO, o la creación de Asamblea de Cataluña en una iglesia del Raval, en 1971, sin acercarse a los escritos de este charnego militante del PSUC.

El clamor de Llibertat, Amnistía, Estatut de Autonomía, adquiere todo su sentido cuando lo ponemos en relación con los artículos, las novelas, los ensayos de Candel. Algunas sus obras sólo pudimos leerlas en su versión íntegra y sin censura tras la muerte del dictador.

Llegó la transición democrática y Candel fue elegido senador por Barcelona. Más tarde, en 1979, fue concejal, en las listas del PSUC, en el Ayuntamiento de Hospitalet de Llobregat, donde se ocupó de la cultura. De ahí nacen Un charnego en el senado, o Candel contra Candel.

Hace ya diez años, murió un hombre de esos que pensaba lo mismo que la madre de Serrat, Soy de donde comen mis hijos. A lo cual añadiría Aquí tengo a mi gente enterrada. Un catalán de adopción y valenciano de nacimiento. Un escritor catalán, que escribía en castellano y que aparece en los listados de grandes escritores valencianos.

Un hombre que, con más de 80 años, seguía sintiéndose parte de una juventud que aguarda un empleo, un horizonte para su vida, o que una editorial publique su novela, mientras desea que el relato que terminemos escribiendo sobre Cataluña y España no se olvide nunca de los otros catalanes.

Francisco Javier López Martín

Javier López

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