Puigdemont es una marioneta en país extranjero. Defiende lo indefendible y argumenta con retórica etérea. Un guiñol de trapo que se ha gastado más de medio millón de euros en una fuga a destiempo. Carlos no es el presidente de la Generalidad. Y lo sabe. Aquí, en España, sus socios a la sombra del penal no quieren, de momento, acostumbrarse a la celda y asumen que lo suyo no tiene más recorrido, esto es, campaña electoral democrática o más nada, que se dice en el sur. Todo esto podría derivar ahora en una modificación por el Supremo de las medidas cautelares por aquello de la confianza en no volver a delinquir.
Los ocho de la república catalana comparecen hoy viernes para solicitar clemencia y libertad, o lo que es lo mismo, el aire fresco que circula por las vías democráticas de este país. Ahora está de moda acatar el 155 o hacerse un Forcadell, vamos, pagar lo mínimo de fianza, asegurar el cambio de gesto y a la calle. Los encarcelados argumentan que ya no pueden incurrir en malversación, rebelión o sedición. Ahí es nada. Mientras, a los presos comunes de Alcalá, Estremera o Soto les gustaría acatar también, pero no es lo mismo, aunque parece igual. Si Junqueras y compañía muestran cierto compromiso ante el juez, pues se acabó por ahora el mal sueño del patio a mediodía y el rancho carcelero.
¿Y cómo recibe todo esto la sociedad española? Y, sobre todo, ¿Cómo lo recibe la sociedad catalana, sea nacionalista o no? Parece que todo era una broma de mal gusto, que lo de la independencia era algo simbólico. Pero el susto, que no muerte, ha provocado división social, quiebra institucional, huida empresarial, golpazo al turismo y un daño profundo a los cimientos democráticos de este país. El sueño imposible, la utopía innecesaria pasará inexorablemente por los juzgados y todos los implicados pagarán, tarde o temprano, su media valentía con sentencias de asfixia económica e inhabilitación. Mientras, y ante la convocatoria del 21 de diciembre, todo debería circular sobre los raíles de la democracia. Y todos acatan la normalidad en la creencia de que el independentismo ganará de nuevo en las urnas legales.
Y no me olvido de Puigdemont, el guiñol de trapo que regresará. No sabemos si también se hará un Forcadell o no, o seguirá erre que erre en su sueño inalcanzable y detestable. Le espera, a priori, el destino negro del desengaño, la celda para el fugado, salubre y con posibilidad de ducha. Lo sabremos el día 4 de diciembre, cuando la justicia belga decida si defiende o no los presuntos derechos de un personaje de sainete que ya no es nada, que ya no es nadie.
Fernando Arnaiz