En medio de la campaña presidencial, Donald Trump había declarado que si era elegido presidente de los Estados Unidos, reconocería a Jerusalén como la capital de Israel y transferiría la embajada estadounidense a la Ciudad Santa. Hay que decir que esta es una Ley del Congreso americano, de cumplimiento reiteradamente aplazado.
No era solo una cesión al poderoso grupo de presión judío sino un gancho electoral. Para Donald Trump, la clave estaba en otra parte: su voluntad de movilizar a un electorado compuesto por fundamentalistas evangélicos para quienes Palestina es la cuna del pueblo judío, una «tierra prometida» en el cual es aconsejable reagrupar a las «personas elegidas», para iniciar mejor su conversión al cristianismo.
Podrá parecerles un discurso rarito, pero ese electorado rarito es el que permite a Trump imponer su agenda política y acciones unilaterales, que desmontan y desprecian todo el andamiaje del derecho internacional construido durante décadas.
Oriente Medio es la cuna de los problemas generados a la incompetente Europa por la estrategia de caos sembrada, durante años, por las agencias norteamericanas.
En un nuevo acto de transgresión unilateral, simplemente lo ha hecho. Como se cuenta en Estrella Digital, la respuesta no es solo la condena internacional sino una radicalización del islamismo.
La cuestión israelí y palestina parecía en un segundo plano para muchos analistas y especialistas, en general más atentos a la creciente radicalización del islam que al que parecía un eterno problema que el tiempo habría de resolver. Todo iba bien.
Un error de análisis, especialmente con respecto al estatuto excepcional de Jerusalén. Trump afirma proponer con su decisión «un nuevo enfoque» y busca «reconocer una realidad». Una realidad que no incluye, precisamente, el derecho internacional ni el consenso multilateral.
En ningún enfoque posible, una paz «aceptable para ambas partes» – expresión de Trump-, puede incluir una decisión como la adoptada con Jerusalén. Trump ha acabado, finalmente, con la buscada imagen americana del «agente honesto», imparcial, la ficción que durante mucho tiempo ha deseado encarnar en la arena internacional, y que esta ha aceptado.
La apropiación de la fortaleza simbólica de la ciudad de Jerusalén supone, además, el apoyo a la política de asentamientos israelíes en Jerusalén Este y en otras partes de Cisjordania.
La estrategia diplomática de la Autoridad Palestina de más de dos décadas ha sido condenada, mientras que la postura agresiva del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, al frente de un gobierno de partidos nacionalistas y religiosos, ha sido coronada por el éxito.
Todo bajo la mirada pasiva de los países árabes y europeos atrapados en la ausencia de respuesta al nuevo unilateralismo norteamericano.
Trump vuelve a ganar votos pateando nuestro culo. Oriente Medio es la cuna de los problemas generados a la incompetente Europa, por la esrategia de caos sembrada durante años por las agencias norteamericanas.
La mayoría de los países de Europa occidental se verán profundamente afectados por el reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel. Pero una pregunta clave es si la UE tomará alguna medida, como las propuestas para los asentamientos de Cisjordania y la negativa a negociar con las empresas israelíes que operan en el territorio, estableciendo una política claramente diferenciada con los EE. UU.
El estatuto de Jerusalén es uno de los temas centrales que analistas, los diplomáticos y los pacificadores tenían en común. Se acabó, otra patada en el culo de Europa.
Juan B. Berga