sábado, noviembre 23, 2024
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Marcos Ana, comunista, poeta, preso político…

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Que actualmente muchas personas no tengan claros conceptos como “presos políticos”, “Transición” o “exilio”, es también fruto del cainismo que ha caracterizado a la izquierda. Esos enfrentamientos, en ocasiones personales, y tantas veces ridículos; esas disputas tan absurdas, relativizables con el paso del tiempo, han impedido rememorar recientes historias, personales y anónimas, de militancia y lucha por la democracia. Relatos de encarcelación, torturas y exilio que en otros lugares serían heroicos, aquí pasan desapercibidos, cuando no ocultados.

Así, no es de extrañar que actualmente se aliente la manipulación gracias al desconocimiento de nuestra historia reciente sobre qué es un preso político o qué es el exilio. Del mismo modo, para muchas personas puede resultar de lo más normal que políticos que pasan por prisión, salgan de ella pagando fianzas millonarias y diciendo “digo”, donde decían “Diego”; o que una vez en libertad muestren sus quejas porque la comida carcelaria produce flatulencias.

Este tipo de declaraciones y hechos -sin desear prisión a nadie- son un insulto a quienes padecieron exilio forzado y prisión en cárceles franquistas luchando por la democracia de este país. Porque, con todas sus imperfecciones, en España hay democracia, incluso libertad para criticarla. Lo que quizá falte sea unidad para mejorarla desde las izquierdas.

Fueron miles los españoles de todos los rincones del país que padecieron la verdadera represión franquista. Una represión que no fue broma y que tantas veces comenzaba con la tortura, continuaba con años de cárcel y acababa con la pena de muerte.

Nadie puede negar que el PCE fue especialmente activo en la lucha contra el franquismo durante toda la dictadura. Un activismo que mediados los años sesenta se renovó con las Comisiones Obreras. Organizaciones que contaban con miles de personas actuando desde la terrible clandestinidad y cuya lucha pocas veces ha sido reconocida.

El pasado 24 de noviembre conmemoramos el primer aniversario de la muerte de Marcos Ana, nuestro poeta comunista, cuyo relato autobiográfico, “Decidme cómo es un árbol”, es más que recomendable en estos tiempos de mentiras y medias verdades. Marcos Ana fue el preso que más tiempo pasó en cárceles franquistas, casi veintitrés años. Ingresó en prisión con 19 años y salió con 41.

Durante dos décadas dio el último abrazo a decenas de compañeros condenados a muerte, mientras esperaba la suya. Al igual que las “Trece Rosas” fue miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas y condenado a muerte por “adhesión a la rebelión”, acusado de tres asesinatos en Alcalá de Henares que nunca realizó. A finales de 1961, un decreto franquista amnistiaba a quienes llevaran en la cárcel más de veinte años…, y ese era el perfil de Marcos Ana.

Al igual que a Marcelino y Santiago Carrillo, el último adiós a Marcos Ana pudimos dárselo en el Auditorio Marcelino Camacho en la sede de CCOO de Madrid. Pocos años antes, en 2010, la Fundación Abogados de Atocha le hizo entrega del reconocimiento “Abogados de Atocha”, junto a otro gran olvidado, Domingo Malagón, el falsificador del PCE.

Marcos Ana nos contaba en Madrid Sindical que, a pesar de lo padecido, no tenía ningún sentimiento de rencor,  que se cerraron periodos por el bien de España y que a los demócratas  había que reconocerles su lucha: “aquí tuvimos que llegar a la solución de una amnistía para que todo el mundo se sintiera exento de culpa. Pero la amnistía no es la amnesia. El olvido es otra cosa. Nosotros consideramos entonces que se cerrase ese período de tragedia nacional, y lo hicimos por el bien de España. Pero otra cosa es olvidar el pasado. Y menos aún que se nieguen a reconocernos como demócratas que luchamos por devolver la libertad a España”.

También en aquella entrevista narraba en qué consistía la comida carcelaria: “Hasta que llegó la segunda guerra mundial fue una etapa de su­pervivencia. Había mucha hambre. Nos comíamos las hierbas que crecían entre las baldosas del patio. Después, con la victoria aliada, el mundo volvió a mirar a España y se empezaron a crear comités de soli­daridad en otros países. Para nuestras familias fue un alivio. Llegaban a la cárcel con un paquete de Che­coslovaquia o de los metalúrgicos franceses. La solidaridad empezó a funcionar…”

Marcos Ana personifica el martirio de tantos veteranos luchadores, exiliados como Federico Melchor, López Raimundo, Ramón Ormazábal, Simón Sánchez Montero, Francisco Romero Marín, Fernández Inguanzo, los hermanos Benítez, Manuel Delicado, Santiago Álvarez, Juan Menor… y tantos otros a los que de forma natural fueron dando el relevo a jóvenes que actuaban clandestinamente como Alfonso Comín, Pilar Brabo, Carlos Alonso Zladívar, Fernando Soto, Ignacio Latierro, Palomares, Julián Ariza, Gutiérrez Díaz, Adolfo Piñedo, Jaime Ballesteros, Enrique Curiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, José Carlos Mauricio, los hermanos Pérez Royo, Roberto Lertxundi…

Efectivamente faltan muchos nombres de las direcciones y de tantos que desde el anonimato empujaron con la “galerna de huelgas” y movilizaciones para arrancar la democracia como fuera. Aunque tal como nos recuerda Santiago Carrillo en sus Memorias, “el PCE era el partido por antonomasia. Llegó un momento en que muchos jóvenes vinieron al PCE, no tanto por adhesión ideológica como porque se convirtió en el instrumento más eficaz de lucha antifranquista”.

Visto con la perspectiva del tiempo, aquellos veteranos y aquella juventud (¡cómo respetaba la juventud a la veteranía!) tenían visión de Estado y peleaban por lo mejor para España. Poco a poco, la necedad, la torpeza y quizá una inexplicable cobardía han conseguido que la derecha nos haya arrebatado hasta la palabra España. Creo que debemos seguir el pensamiento de Marcos Ana y rechazar el rencor, aunque sin olvidar para que, entre unos y otros, no nos roben la historia.

Jaime Cedrún es Secretario general de CCOO de Madrid.

Jaime Cedrún

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