Escribí un artículo sobre el acoso que han sufrido numerosas actrices para conseguir un papel, o para mantenerse a flote en la profesión. Algunos escándalos desencadenados en el mundo del cine estadounidense han animado a bastantes actrices españolas a salir al escenario de los medios para denunciar que no muy distinta ha sido (y es) su situación en España. Gesto valiente y necesario.
Recientemente he podido ver en las redes sociales una breve grabación de una mujer de 94 años, la Tía Julia, subida a las redes sociales por su sobrina, en la que nos cuenta “una anécdota que ejemplifica lo asumido que estaba, incluso por la familia, que los “señoritos” se propasasen con las criadas”. Esas criadas formaba parte del “cuerpo de casa” que atendía a las familias de la alta sociedad franquista, básicamente las mismas familias que componen hoy la alta sociedad de nuestro país.
Estos días se ha representado, en Madrid, Las Criadas de Jean Genet, bajo la dirección de Ana Carrasco. La obra fue estrenada en París en 1947 y refleja las confusas relaciones de odio, tensión y fascinación de dos criadas, Solange y Claire, con su señora, a la que intentan asesinar.
Es una obra clásica que se pone en escena con frecuencia en España y en América. Un reto en el que se han embarcado actrices consagradas, como Aitana Sánchez Gijón y Emma Suárez, Nuria Espert y Julieta Serrano, junto a Mayrata O´Wisiedo, o una Ana Morgade que no era tan conocida como hoy, cuando se enfrentó papel de Solange.
Algunos actores se han arriesgado a meterse en el papel de criadas y señora (así parece que lo imaginaba Genet, para impresionar y escandalizar aún más al público), igual que otros actores se han atrevido con la Celestina, o con Bernarda Alba.
En esta ocasión, la versión de Las Criadas está interpretada por la propia Ana Carrasco, junto a Ainhoa Pareja y Marta Maestro y aporta como novedad que las criadas no se encuentran en una casa de la alta burguesía francesa. Viven en la España franquista de 1954 y se llaman Clara y Sara. A lo largo de la obra, como regresando de un pasado sórdido, la voz de otra Sara, la abuela de la directora, que fue criada desde la infancia, deja un reguero de memoria que alcanza al presente.
Las Criadas pueden convertirse en un ejercicio teatral necesario para cualquier actriz, o cualquier director o directora, o en una pesadilla y su más sonoro fracaso. Porque, pese a la minuciosidad con la que Genet describe cada escena, el resultado depende de la credibilidad y autenticidad que las criadas-actrices sean capaces de transmitir y de la atmósfera opresiva y agobiante que sean capaces de crear.
Quien asiste a cualquiera de las representaciones de Las Criadas puede salir valorando, positiva, o negativamente, la labor de dirección y el trabajo de las actrices, la puesta en escena. Pero lo que presumo que Genet pretendía y lo que cualquier director o directora y sus actores ambicionan al final de este laberinto, es la conmoción del silencio sobrecogido que se produce antes de irrumpir en un aplauso, al tiempo consciente y emocionado.
No es para menos esta historia de dos mujeres, dos hermanas, que se debaten entre la resignación y el asesinato que puede hacerlas libres. Entre la opresión de unas vidas miserables y el deseo de ser, ellas mismas, la señora. Entre la aceptación de una realidad que las aplasta y la única liberación posible en un mundo que funciona como campo de concentración: la destrucción en alguna de sus múltiples formas.
Da igual el nombre que tengas (Sara, Clara, Solange, Claire, o Julia) porque en ese mundo de Criadas no hay individualidades definidas, somos intercambiables en nuestro destino. El verdugo me mece. Me aclaman. Estoy pálida y voy a morir, dice Sara en el monólogo al final de la obra.
La grandeza de Las Criadas de Genet procede de ese remolino de ideas, sensaciones, sentimientos, que nos adentran en la dominación, la opresión, el poder, la violencia, la muerte. En cada representación descubrimos unas criadas distintas. La propuesta de Ana Carrasco es tremendamente sugerente porque sus criadas son parte de nosotras y nosotros. La memoria de las criadas españolas de los años 50 es parte de esa memoria que no podemos perder sin dejar de ser nosotros mismos.
Javier López