Durante el año que acaba de arrancar, las Comisiones Obreras conmemoraremos el centenario del nacimiento de Marcelino Camacho, referente imprescindible para el sindicalismo de clase pero también para cualquier demócrata. Lo iniciaremos con un acto promovido por CCOO, PCE, IU y la familia, el día 21 de enero, a las 11,30h en el Auditorio de CCOO que lleva su nombre.
El homenaje a Marcelino debe servir, además, para reconocer el trabajo de los miles de luchadores y luchadoras que desde el anonimato se enfrentaron al franquismo y trajeron la democracia a este país. Personas que sufrieron cárcel, torturas, represión, listas negras, incluso que pagaron con su vida, como los abogados de Atocha.
Marcelino nació en un tiempo de conflictividad internacional, el mismo año (1918) que finalizaba la Primera Guerra Mundial. Conflictividad y cambios que le acompañaron durante toda su vida y en los que se involucró directamente. Con 17 años, en 1935, se afilia al PCE y posteriormente a UGT, como su padre, ferroviario en Burgo de Osma. Tras el golpe de Estado franquista y el estallido de la guerra civil, atraviesa el frente para unirse a la República.
De hecho, del núcleo fundador de las Comisiones Obreras, Marcelino sería el único que vivió, luchó y padeció la guerra: prisión, denuncias y campos de trabajo forzoso, como el de Tánger, del que huye en 1944 para acabar exiliándose en la localidad argelina de Orán. Cuatro años después, un 22 de diciembre se casaría con otro referente, su inseparable Josefina Samper, refugiada almeriense en un tiempo en que el refugio tenía la misma dirección aunque rumbo diferente al actual. Es en 1957 cuando Marcelino es indultado y vuelve a España, a Madrid, para realizar su oficio de metalúrgico en la Perkins. Lugar y momento en que comenzó su lucha sindical con la creación de la Comisiones Obreras.
Sobre la figura de Marcelino Camacho se podrían escribir ríos de tinta, pero hay dos facetas que llaman poderosamente la atención como referente obrero:
era un líder de consensos y su pasión por el estudio y el aprendizaje permanente, él, que tuvo que ser autodidacta.
Sin duda Marcelino nos legó lo importante de alcanzar acuerdos consensuados en lugar de unanimidades. Como amante del consenso, y como rememora Nicolás Sartorius, aceptaba de forma natural la crítica y la discrepancia. “A diferencia de tantas organizaciones en las que llevar la contraria al jefe supone la marginación, en las CCOO de Marcelino, por el contrario, salían en la foto los que tenían personalidad y criterio propio, los que decían lo que pensaban”. Siempre recuerda Sartorius que cuando alguien, llevado de un impulso autoritario terminaba diciendo “esto se hace así y punto”, Camacho le interrumpía con un “compañero, de punto nada; en todo caso punto y coma”.
Esa capacidad de consenso le convirtió en una de las figuras claves de la Transición
De hecho, en 1988 se le concedió la Medalla al Mérito Constitucional por haber realizado “actividades relevantes al servicio de la Constitución y de los valores y principios en ella establecidos”.
Fueron muchas las distinciones que tuvo Marcelino, pero es de destacar, en estos tiempos de prisas y ausencia de reflexión y estudio, que una persona que tuvo que aprender y estudiar por sí misma fuera investido doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia y por la Universidad de Cádiz. Además, la Universidad Complutense le concedió en 1988 la condición de profesor honorario en 1988.
En aquel acto proclamó Marcelino la relevancia que daba al estudio: “Es por primera vez que la Universidad Complutense valora, a través de este acto y diploma honorario, el esfuerzo de los obreros por elevar sus conocimientos, y se hace a través de un viejo militante, miembro de Comisiones Obreras. Gracias de nuevo, les aseguro que haré honor a esta importante distinción, luchando y estudiando mientras viva.”
Como hombre de consensos que era, el día de su muerte recibió el cariño de propios y adversarios. Como tantos trabajadores, Marcelino era un ciudadano del mundo y por lo tanto, madrileño. En Madrid vivió, fue encarcelado, trabajó y luchó. Ese cariño que hasta la casa real ha venido demostrando hacia Marcelino, republicano confeso, tiene que hacerse realidad en el callejero de la ciudad.
Madrid fue, además, motor indispensable para arrancar las Comisiones Obreras. En medio del barrizal y el gris franquismo, en los finales de los años cincuenta, en Madrid empezaba a brotar la fuerza y la juventud de trabajadores que no habían vivido en sus carnes la guerra civil.
Tal como narra Marcelino en sus “Charlas en la prisión” (de obligada lectura para quien quiera entender algo de nuestro presente), “… la joven clase obrera nacida en Madrid y la procedente en gran parte del campo, de las provincias limítrofes y de Andalucía, se fogueaba a través de muchas y simples luchas de clase, avanzaba hacia su propia experiencia en el sentido de que era posible luchar y vencer, aun bajo el fascismo. Era natural que los trabajadores de Madrid, nuevo centro industrial, desarrollaran la nuevas formas del movimiento obrero, se pegaran al terreno (…) Así se fue fogueando un ejército entero, que había empezado por pequeños golpes de mano y terminó con grandes demostraciones de fuerza, con grandes batallas”. Ese Madrid en el que, como recientemente escribía Almudena Grandes “no había ni maketos, ni charnegos”.
Marcelino puso el cemento para que la base fundamental de CCOO fuera el binomio presión y negociación, concepto fundamental del moderno sindicalismo de clase en España y fuera de España. Marcelino, junto a los pioneros y pioneras de las Comisiones Obreras, tuvo la fuerza y capacidad de hacer del dialogo y la unidad el alma de CCOO. No era Marcelino hombre de puñetazos en la mesa. Era hombre de hablar, hablar y hablar.
Marcelino supo lo que de verdad fue ser perseguido, ser un auténtico preso político con años de cárcel en la espalda. Marcelino moldeador de las Comisiones Obreras y afiliado desde su juventud al PCE, fue un hombre audaz y prudente, bueno, honesto, generoso, con guante de seda en puño de hierro. Marcelino, sabemos, tuvo un sueño: CCOO, y tres amores: su familia, su partido y su país. Nos dejó un legado enorme que debemos cuidar y una actitud que Josefina nos transmitió al confesar sus últimas palabras: “si uno se cae, se levanta inmediatamente y sigue adelante”.
Jaime Cedrún