He escuchado muchas veces que es necesario cambiar el modelo productivo español. La crisis hubiera sido una oportunidad para revisar si el modelo de crecimiento español es el más adecuado para un futuro de un país que debería pensar en un empleo estable, cualificado y que asegure una calidad de vida a la ciudadanía.
Sin embargo, comenzamos a remontar la crisis y el empleo que se genera vuelve a agruparse en los sectores menos productivos. Las debilidades de un modelo asentado en el ladrillo para vivienda, o el turismo, vuelven a reproducirse, al calor del aumento moderado del consumo interno y el endeudamiento de las familias, sin que aparezcan indicios ciertos de una apuesta por un nuevo modelo económico para el país.
España se ha beneficiado de la política del Banco Central Europeo, que ha corregido, en cierta medida, el desastre que suponía la política de recortes y austeridad impulsados por los gobiernos de los países centrales de la Unión Europea. Las rebaja de los tipos de interés, la devaluación del euro, la disminución de la prima de riesgo, tienen mucho que ver con que hoy estemos un poquito mejor en nuestra economía.
A estos factores hay que añadirles la bajada que experimentó el precio del petróleo y la inestabilidad de numerosos países, especialmente del Norte de África, que ha favorecido una mayor afluencia de turismo hacia España. Pero estos factores se van agotando y volveremos a la dura realidad que condiciona nuestro modelo de crecimiento.
Por lo pronto nuestra riqueza nacional se sigue sustentando en el aumento de nuestro propio consumo (eso de que volvemos a comprar un piso, salir de vacaciones, irnos a comer fuera de casa, o renovar el coche). Pero claro, para que esto ocurra debería crecer el empleo, bajar el paro y tener unos salarios decentes.
El otro elemento de nuestra riqueza, la inversión depende de que los inversores privados vean que podemos comprar lo que ellos ofrecen y que se fíen de que eso va por buen camino y va a durar. En cuanto a la otra inversión, la pública, va a costar recuperarla con la galerna de recortes que los responsables económicos del gobierno de Rajoy han desencadenado durante todos estos años.
Volvemos al ladrillo, a la especulación, a productos que aportan poco valor añadido y a servicios de calidad mediocre. Por eso lo que crece no es el empleo cualificado, estable y bien pagado. Lo que estamos produciendo es empleo temporal, a tiempo parcial, de falsos autónomos, mal pagado y con la vida y la salud en riesgo. Eso es lo que llamamos un empleo y una vida en precario, que hace crecer la pobreza, incluso entre quienes tienen un empleo y permite que se dispare la desigualdad.
En estas condiciones, la confianza de los inversores no especulativos no es excesiva. Por eso, el empleo se crea en los mismos sectores en los que, al poco tiempo, vuelve a perderse. Sectores como la Hostelería y el Comercio, servicios a las empresas y Construcción. Una cierta recuperación de parte del empleo perdido en el sector público (sin recuperar, en ningún caso el empleo destruido por el gobierno) y muy poquito en sectores innovadores, o de industria avanzadas. Seguimos teniendo un empleo en el que en cada 9 de cada diez puestos de trabajo, exige pocos conocimientos tecnológicos y sólo uno requiere conocimientos medios, o altos, en tecnología.
La crisis ha sido muy larga, la recuperación está siendo lenta. En ningún momento, a lo largo de estos diez largos años, nuestros gobernantes se han planteado en serio estrategias de formación, nuevas actividades económicas, fortalecimiento de los servicios que permiten una mayor calidad de vida. Estamos a punto de reiniciar la senda del pelotazo, que inevitablemente reproduce la pertinaz corrupción, condenando a la mayoría de la población al paro, la precariedad y los bajos salarios. En definitiva, a la pobreza. Como si no hubiéramos aprendido nada. Eso, si nadie lo impide. Estamos a tiempo.
Francisco Javier López Martín
Javier López