Cuando aún resuena el eco de la histórica movilización del pasado 8 de marzo por la igualdad, como cada año nos sobreviene una punzada en el alma y el corazón al evocar la más terrible de las jornadas sufridas en la reciente historia de Madrid, de España y de Europa. Otra vez “Atocha”, como ocurriera en 1977, era sinónimo de fanatismo sanguinario.
El 11 de marzo de 2004 son recuerdos de muerte, dolor, caos y mentiras. El terrorismo yihadista se cebaba con la ciudadanía de Madrid solo de una forma comparable a los bombardeos franquistas de la guerra civil. 192 personas fueron asesinadas y cerca de dos mil sufrieron heridas.
Son ya catorce años clamando contra el dolor y la muerte de una violencia salvaje e inhumana que permanentemente nos descubre su verdadera naturaleza. Porque no es la liberación de los pueblos, ni la libertad e igualdad de sus gentes; es la imposición de un credo fundamentalista represor. Es la represión y eliminación total de la libertad.
El pasado mes de agosto hemos asistido a otro acto de barbarie del yihadismo, en Barcelona y Cambrils, que nos ha removido todo el dolor y el horror acumulado tanto en el 11-M, en la estación de Atocha, como en aquellos asesinatos fascistas del 24 de enero en el despacho laboralista de Atocha 55.
Las Comisiones Obreras rechazamos radicalmente el terrorismo y las doctrinas fundamentalistas que lo promueven y organizan. Pero también denunciamos las causas que siembran el campo donde germina el terror.
Porque también es terror el que sufren los inmigrantes que diariamente se ven forzados, por un sistema capitalista salvaje, a jugarse la vida cruzando el Mediterráneo para buscar un trabajo, para buscar una oportunidad de vida huyendo de la miseria o de la persecución política o religiosa. Por ello, recordamos y manifestamos un anhelo de paz y justicia para los millones de trabajadores y trabajadoras de los países árabes que luchan por la libertad, la dignidad y la justicia, enfrentados a las dictaduras y a los integrismos religiosos.
Hay que mantener y visibilizar la solidaridad con el pueblo palestino, con el pueblo saharaui y tantos otros sometidos a las continuas violaciones de los derechos humanos. También hay que reforzar y alentar la solidaridad con el pueblo sirio. Tenemos que dar respuesta humana a los miles de muertos, de desplazados, de hambrientos, de dolor y sufrimiento, víctimas de todos los terrorismos, de Estado y de integrismos religiosos.
El Consejo de Europa decidió que el 11 de marzo sea el Día Europeo de las víctimas del terrorismo, por haber sido aquellos atentados los más terribles sufridos en el suelo de la UE. La terrible paradoja es la injusticia e invisibilidad, alentada desde el Gobierno, hacia las víctimas y sus familiares. Paradoja que se convierte en hipócrita desvergüenza cuando el Grupo Popular en el Congreso promueve una Proposición no de ley (PNL), discutida el pasado 6 de febrero, “sobre el impulso en la agenda internacional de la relevancia y memoria de las víctimas del terrorismo”.
Los efectos prácticos de una PNL son nulos. Suponen poco más que una simple declaración para iniciar un impulso político, que suele acabar en el baúl de los recuerdos. Lo incomprensible es que el PP, partido del Gobierno, promueva esta iniciativa sin que a día de hoy haya impuesto un solo debate, análisis y discusión sobre la situación de las víctimas, tal como exige el artículo 63 de la Ley 29/2011, de reconocimiento y protección integral a las víctimas del terrorismo.
Este artículo exige que el Ministerio del Interior elabore informes y realice estudios, así como propuestas de actuación en materia de asistencia a las víctimas del terrorismo. Además, anualmente, el Ministerio de Interior remitirá al Parlamento un informe sobre la situación del colectivo y propuestas de actuación.
Pues bien, según denuncia la “Asociación 11-M, afectados del terrorismo”, nunca se ha cumplido con esas exigencias y trámites legales desde que en septiembre de 2011 entrara en vigor la ley mencionada. Es decir, son casi siete años de incumplimiento de la ley. Un desprecio que supone silenciar la voz de las víctimas del terrorismo y de los colectivos que los representan.
Un olvido e invisibilización que siempre va a tener en frente a las Comisiones Obreras de Madrid. Hoy, como cada año, hemos vuelto a la Estación de Atocha a recordar y acompañar a los familiares de las víctimas. Gente muy cercana porque esos trenes, cada mañana se llenan de trabajadores y, mayoritariamente, trabajadoras; de estudiantes… Gentes sencillas que trabajan para vivir, cuando no sobrevivir. Madrid iba y va en esos trenes, porque decir Madrid es también decir Rumanía, Marruecos, Níger, Ucrania…, el mundo.
Pero el 11-M es también recordar que la mentira de Estado, esa “postverdad” tan de moda en esto días, fue también un arma del Partido Popular, que a pocos días de unas elecciones generales inventó que aquella barbarie fue obra de ETA. José María Aznar metió a este país en una guerra como fiel marioneta que era de los EEUU de George Bush e intuyó que el atentado del terrorismo yihadista era una respuesta con toda su repulsiva vileza. Y había que esconderlo. Se confundió también en esto, el terrorismo fundamentalista religioso sólo tiene un leit motiv, reprimir la libertad, imponer su credo y su forma de vida reprimida y sangrienta.
Las víctimas lo fueron por partida doble: incomprensión, maltrato, insultos, manipulaciones, insistentes amenazas lanzadas desde el PP y sus voceros mediáticos más radicales. Enfrente, y como respuesta se encontraron la dignidad y la decencia. Una dignidad que se ha impuesto, aislando a los manipuladores, y hoy todas las instituciones y partidos de la Comunidad de Madrid lo han conmemorado unidas en Atocha, acompañando a las víctimas de este salvaje atentado.
Dignidad y decencia que hoy ha vuelto a la estación de Atocha. Ha vuelto a ser un día duro en el que las Comisiones Obreras de Madrid, UGT de Madrid y la Unión de Actores hemos vuelto a acompañar a la Asociación 11-M, afectados del terrorismo, en un acto tan sencillo como emotivo. Pero el futuro es de esperanza porque esta semana hemos visto a miles y miles de jóvenes desbordando Madrid y España, clamando por igualdad de derechos entre hombres y mujeres; una juventud que rechaza clamorosamente la violencia.
Jaime Cedrún