No caben muchas dudas: Cifuentes se benefició de una inusitada venalidad universitaria, nacida en el pozo del nepotismo catedrático. Razón más que suficiente para exigir su dimisión: no era nimio el asunto. Su empecinamiento ha provocado otro espectáculo bochornoso: el video donde se revela la cleptomanía de la ya expresidenta, producto de la factoría de malhechores que han frecuentado la derecha madrileña.
Una humillación que sumar a su inevitable salida del poder. Entre los centenares de guasap y tuits que he recibido, el ingenio patrio es inmenso cuando se trata de mostrar desprecio al caído, casi nadie ha comentado lo más sorprendente del asunto: el origen corrupto de la práctica.
Una cinta que debía estar destruida, según la ley, es utilizada por un chantajista, probablemente un presunto corrupto de la cueva de la Lezo o la Púnica, con el objeto de cambiar una situación política.
No ha sido una investigación periodística ni, menos aún, política la que ha producido los documentos que han hecho patentes los serios déficit éticos de Cifuentes. Han sido la venganza académica y política las que nos han puesto ante el espejo de un definitivo destrozo de la credibilidad institucional.
Pequeños daños en la necesaria e higiénica tarea de derrotar al PP, se dirá en casi todos los casos. Me resulta difícil, que quieren que les diga, compartir las prácticas despreciables, por mucho que produzcan loables objetivos. Demasiado contaminante.
Lo cierto es que se ha desvelado ante nosotros y nosotras otra perversidad: no estamos en manos de la ira del pueblo, sino de la ira de los chantajistas o de quienes tienen acceso a datos para lograr su venganza, sea académica, política o social.
En ese camino, ya ven, casi todos somos sospechosos, porque todos somos vulnerables. Descubrir la verdad se ha convertido en una mera formalidad, porque en realidad da exactamente igual.
La finalidad de la investigación no hecha, pero si publicada, reside en designar a un culpable, no por hacer justicia, que ha sido apartada a un segundo plano, sino en favor del poder.
Elogiemos al chivato, sea, en nombre de la limpieza, pero sepamos que en el elogio se nos cuela el chantajista, el de la presión más o menos sutil, el de la amenaza con una cascada de tuits o la noticia falsa, por solo poner unos ejemplos.
En el episodio del video que ha arrastrado a Cifuentes a la porquería definitiva no hay nada ejemplar. Solo la eficacia del resultado, capaz de conmover la agenda de Rajoy, debe ser apuntado en el haber del episodio. ¿Merece la pena?
El problema es que nadie puede asegurar que esta sea la última vez. De hecho, casi me atrevo a asegurar que habrá más y que la muerte política de la expresidenta acabará siendo larga.
En el sucio mundo de la corrupción exuberante que acompaño a la exuberancia financiera, prepararse para la extorsión es una habilidad, un perfil, que ha pasado a adquirir un notable valor y que se paga bien en el mercado, lo que se deja de pagar a trabajadores o Hacienda, por un poner, como puede verse en los trasiegos jurídicos de la Lezo.
Un valor, me temo, bastante contaminante. Se han hecho normal en los pequeños escenarios de nuestra vida cotidiana, la manipulación de la información, el abuso en redes públicas de secretos que parecieran inocentes, cosas que, dirán ustedes con razón, no son comparables a los alardes que se juegan en las grandes astucias.
No nos sentimos cómodos cuando el poder está en manos de grupos económicos o de presión. No deberíamos sentirnos cómodos si el resultado de nuestro voto queda en manos de una cinta de video.
Juan B. Berga