El hartazgo de los políticos en general y de algunos en particular es tal que nuestra democracia corre peligro. Hay, incluso, quien habla de fin de régimen. Cuando un sistema político no funciona, acaba siendo sustituido. No tiene por qué ser con un golpe de Estado.
Hay también otras maneras de desvirtuar la democracia. En Polonia el Poder judicial, controlado por el gobierno, no es independiente. La Unión Europea quiere retirar su voto a Varsovia. Otro país europeo con democracia rebajada es la Hungría de Viktor Orban.
Llegan o se acercan al poder partidos “populistas” de diferentes ideologías, pero autoritarios y demagógicos.
Se imponen favorecidos por un guirigay de políticas ineficientes y de políticos ineficaces que se pelean como verduleras, se corrompen con facilidad y abandonan su dignidad personal e institucional. Madrid es un buen escaparate, aunque no el único.
Los Trump, Maduro, Orban o Putin no están tan lejos, aunque Cataluña es el laboratorio más cercano. Además de la CUP, antisistema, y de sus cercanos CDRs, adictos a disturbios y violencias callejeras, el PDECat y ERC ofrecen su condición populista y mendaz. En la izquierda el PSC no atina y los Comunes desvarían junto a Podemos y otras confluencias dispares. Encandila el constitucionalismo de Ciudadanos mientras el PP mengua.
En la sociedad catalana se ejercen presiones separatistas al margen de la democracia, soterradas, explícitas o agresivas, para objetivos anticonstitucionales. En el País vasco también. En Cataluña, las leyes de desconexión aprobadas en septiembre de 2017 contra la Constitución y el Estatuto catalán, tras imponer un reglamento sectario, fueron un “golpe legislativo”. Esta metodología sigue siendo válida para los secesionistas.
Podría el resto de España no ser inmune al contagio si nuestros políticos siguen a su propia bola o llegara a partirse nuestro país. Mejor no imaginarlo, aunque conviene no ignorarlo. Sin embargo, según el CIS en Cataluña ha disminuido el apoyo a la independencia (de 47,5% el 21-D a 36,5% ahora) pero ello es más fruto del desastre separatista que de los aciertos políticos para resolver una problemática que sigue intacta.
UGT y CCOO desfilaron en Barcelona junto, asombrosamente, a quienes pedían la liberación de los pretendidos “prisioneros políticos”. ¿Se han vuelto independentistas estas sindicales obreras olvidando su internacionalismo? Llaman a otros amarillistas, pero el 15 de abril se pusieron el lazo amarillo como hace poco algunos miembros del coro barcelonés Madrigal en el Auditorio Nacional madrileño, mezclando política con música.
Mariano Rajoy perdió la batalla de la comunicación en Cataluña y en Europa. Ahora intenta una campaña de la Cámara de Comercio española dirigida esencialmente a Alemania, Bélgica y Reino Unido. Mejor tarde que nunca. Nuestros Jueces batallan con Cristóbal Montoro sobre si hubo malversación de fondos públicos por los separatistas, y con sus colegas alemanes que consideran a Puigdemont un encanto y le permiten lo que no le pasarían a un alemán.
Cristina Cifuentes estuvo agarrada compulsivamente al poder, sin probar su máster espectral, hasta la estocada final del video del hurto, escandaloso por su contenido y por su atesoramiento mafioso. Dejó también la presidencia del PP madrileño, aunque sigue en su escaño. ¿Quién se sentirá representada por ella? Muchos políticos producen también rechazo o dividen en lugar de aunar en busca del bien común.
¿Pudiera llegar el día en el que veamos pasar el cadáver de nuestra democracia parlamentaria rodeado de los fantasmas del pasado?
Por eso las elecciones en 2019 y 2020, si aguanta Rajoy, serán muy importantes. Mientras, la Constitución sin reformarse.
Carlos Miranda es Embajador de España
Carlos Miranda