Bueno, pues ya está. Hemos decidido que Pablo Iglesias no tiene derecho a comprarse con su dinero un chalé en la sierra. Él, no. Lo han dicho los más sesudos comentaristas y tertulianos, sus adversarios políticos y hasta sus propios compañeros. Ahora hay que conseguir que se suicide junto a su compañera y misión cumplida.
Y una vez sentado que si eres de Podemos no puedes comprarte determinadas viviendas, hay que delimitar qué ropa puedes adquirir, qué alimentos comer y qué lugares de ocio son adecuados para ti. O sea, jamón cinco jotas, por ejemplo, no. Marisco, depende. Que no vaya más allá de unas gambas a la plancha o unos langostinos siempre que sea en Navidad. Todo sea por la causa y la coherencia. Repugnante toda esta campaña contra una pareja que -ilusos ellos- han querido hacer lo que miles de parejas han hecho antes: buscar la mejor vivienda que se puedan permitir. No. Ellos no.
Lo peor es que algunos de sus compañeros han entrado en ese indecente linchamiento. Desde un exfiscal a un alcalde. Ni sé ni me interesa donde vive cada uno de ellos, cuánto patrimonio tiene o en qué se gastan su dinero. En el caso concreto del exfiscal que llega a pedir la dimisión de Iglesias, no creo que se haya cuestionado el derecho a vivir cómo y dónde viva. Pero cuestiona el derecho de Iglesias a hacerlo.
Pero lo más divertido ha sido escuchar los argumentos de sus adversarios políticos de derecha o de las izquierdas. En ambos casos dicen que el dirigente de Podemos no puede hacerlo porque representa a una clase social que no tiene posibilidad de comprarse una vivienda así. Que eso lo diga la derecha, vaya. Pero los socialistas… hombre, ¿vosotros sí podéis comprar un chale sin dar explicaciones? ¿O es que no representáis a esa clase? Una locura.
Y luego están los sesudos comentaristas y tertulianos. A la yugular. Les parece mucho más escandalosa una operación perfectamente legal como la de la compra de una vivienda que el hecho de que el presidente de Gobierno haya supuestamente cobrado suplementos económicos en dinero negro. Eso sí. Muchos de ellos, que carecen de toda moral, amparándose en que se trata de una cuestión de ética.
Pero en todo esto, en esta espuma sucia de las cosas, influye sin duda nuestra propia condición humana: ese ansia de venganza en el débil, la envidia terrible al otro, la hipocresía maloliente de quien critica en los demás lo que es incapaz de criticar en sí mismo.
Lo escribió Antonio Machado hace muchos años. Y todavía es verdad: sigue vagando por estas tierras la sombra de Caín.
Rodolfo Serrano