Cuando paseo por el mítico callejón de Álvarez Gato, tengo a bien desdibujar mi figura en las reproducciones de los míticos espejos –los originales se encuentran dentro del bar “Las Bravas”– que inspiraron a Valle-Inclán para su más famosa creación: el esperpento, con el que caricaturizó la realidad de su época y convirtió a personajes y personajillos en meros peleles deshumanizados. Resulta inolvidable, por ejemplo, aquel loro de la Cueva de Zaratustra que gritaba “Viva España” repetidamente. Aquel loro sigue suelto por nuestra época.
Qué de material precioso tendría don Ramón María actualmente para componer sus esperpentos. La política nacional, por ejemplo, es poseedora de una asombrosa fauna digna de ser caricaturizada. Incluso podría ahorrar tiempo en la creación de diálogos, gracias a esas citas tan complicadas y tan célebres que dejan atrás las paradojas místicas de San Juan de la Cruz, como “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión” (don Mariano Rajoy, excelso expresidente español).
Tendemos a pensar que el espectáculo de la política es algo propio de esta época, con ese egocentrismo histórico que caracteriza a los seres humanos de cualquier siglo, pero ya escribieron sobre él grandes periodistas como Mariano José de Larra, que enterró la Constitución el Día de Difuntos de 1836, en un mausoleo cercano al de la libertad de pensamiento y al de la esperanza. Resulta inevitable enfocar la política con un punto de ironía porque, de otro modo, “escribir sería llorar” –y eso también lo dijo Larra.
Hace poco, llegó a mis manos un libro que viene a demostrar el carácter espectacular y cómico de la política como algo inherente a ella en cualquier época. Se trata de Crónicas parlamentarias (1907-1909), una recopilación de textos de Julio Camba editada por el filólogo José Miguel González Soriano y publicada este mismo año por Renacimiento, con prólogo de David Gistau. Dichas crónicas aparecieron por primera vez en los albores del siglo XX en el diario republicano España Nueva, de ideología desenfadada y provocadora.
Julio Camba (Villanueva de Arousa, 1884-Madrid, 1962) es una de esas figuras de “periodistas literatos” que tanta fe aportan a la profesión. Como Larra, como Mariano de Cavia o Corpus Barga. A los veintitrés años, Camba entró a trabajar como cronista parlamentario de España Nueva y fue testigo directo de numerosas sesiones que tuvieron como protagonistas a personajes de la talla de Canalejas, Dato, Maura, Figueroa o Benito Pérez Galdós, a quien dedica una crónica titulada “Unas palabras de Galdós”. En ella, recoge la opinión del “maestro” sobre la política; que asombra al lector por su escepticismo:
Ya estoy completamente desengañado. Esto es una farsa, a la que no se debe asistir. No hay nada más hipócrita; más falso ni más miserable que la vida política de España. El sufragio universal es, entre nosotros, la mayor de las mentiras. Aquí hay unos cuantos caballeros que distribuyen las actas tres días antes de las elecciones con un cinismo espantoso, con una desaprensión estupenda. […] Las discusiones de actas son otra farsa. Contra esta gente política no hay manera de luchar honradamente. Para combatirla sería preciso recurrir a sus mismos procedimientos y emplear las mismas bajas astucias; pero nosotros no debemos hacerlo.
Las crónicas de Camba entretienen e incluso divierten por su ingenio, su humor ácido y su particular visión que caricaturiza esa realidad política, llevando situaciones al extremo del absurdo, como ocurre en la titulada “El voto de los muertos”, donde aborda la cuestión de la manipulación de los votos utilizando el nombre de personas fallecidas, e ironiza:
Si hay algo sagrado en materia electoral, es el voto de los muertos. Un muerto que se levanta de su tumba en el amanecer de un día de elecciones y que se dirige al colegio para inscribir su nombre en una papeleta, realiza un acto ejemplar y les da a todos los vivos una lección de civismo. […] Los muertos están desligados de todo mezquino interés terrenal; no van a granjear con su voto, no van a cambiarlo por ningún beneficio inmediato y, cuando lo depositan en la urna, lo hacen movidos por un puro ideal político, que se alberga en el fondo de sus calaveras.
Realmente, Camba consigue trasladar al lector a otra época, a los bancos del Congreso de los Diputados. Sus crónicas reflejan inteligencia, mordacidad y agudeza: cualidades imprescindibles en la profesión periodística. De vez en cuando, dispara afirmaciones que son totalmente aplicables a nuestra época, como ésta: “En el Congreso, el tiempo es una cosa abundante, que siempre sobra y que nunca se sabe en qué emplear…”.
Marina Casado
Marina Casado