Hace ya mucho que las confrontaciones políticas se juegan también en el campo del lenguaje; desde el siglo pasado, cuando a alguien se le ocurrió cambiar los explícitos “Ministerios de Guerra” por los más elusivos “Ministerios de Defensa”, y aún antes, cuando a los territorios militarmente “ocupados” se les atribuyó la beneficiosa condición de “liberados”.
Pero donde el tema ha alcanzado un particular virtuosismo es en el actual proceso pro independencia de Cataluña iniciado por determinados partidos políticos. Y no me refiero a su burda manipulación lingüística de denominar “presos políticos” a los incursos en actividades penalmente delictivas, sino a la misma autodefinición de su propia actitud, tildada meramente de “nacionalismo”, “soberanismo”, “independentismo” y demás términos amables y hasta heroicos, cuando de lo que se trata simplemente es de “separatismo” o “secesionismo”.
Y lo peor es que este lenguaje lo asumen bobaliconamente también quienes defienden la legalidad y los derechos por igual de todos los ciudadanos españoles, los cuales en ocasiones se refieren a los sediciosos simplemente como los “catalanes”, confundiendo obviamente el todo con una parte, minoritaria, probablemente, de sus compatriotas.
Antes, insisto, las cosas resultaban más evidentes y mucho menos eufemísticas. A la guerra de secesión de algunos Estados de la Unión, por ejemplo, se la llamó “Guerra de Secesión”, a secas. Y la guerra civil en España por encontrar un sucesor de Carlos II (1701-1713) fue denominada “Guerra de Sucesión”, aunque ahora los separatistas catalanes quieran convertirla en un inexistente conflicto bélico entre Cataluña y España, como si ambas hubiesen sido entidades políticas diferentes.
Ante la general ignorancia sobre la Historia que existe en nuestro país y, en consecuencia, la fácil tergiversación de la misma, es de todo punto necesario que preservemos el lenguaje y no permitamos ni su apropiación partidista ni su perversa utilización para propiciar y potenciar el enfrentamiento de unos ciudadanos con otros.
Ya que, querámoslo o no, el lenguaje no ha sido nunca, ni lo es hoy día, políticamente neutral.
Enrique Arias Vega