sábado, noviembre 23, 2024
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El déficit es nuestro problema, no una manía de Europa

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El primer encuentro de la ministra de Economía con sus compañeros europeos ha dejado algo claro: el Gobierno español no tiene otro objetivo ni político ni económico ni social que ganar las próximas elecciones generales y si da algo de tiempo, también las municipales y las regionales. Este término de regionales ofende a algunos, les parece poco, pero a mí me gusta mucho, qué le vamos a hacer.

La ministra de Economía ha dejado claro que no se van a cumplir las previsiones de déficit público comprometidas por el Gobierno anterior, aunque han heredado su entero presupuesto. Esto sólo quiere decir que el presupuesto no se va a cumplir y que lo que han aceptado es un marco legal para actuar presupuestariamente, no los contenidos. Como expresión de cinismo no está nada mal.

Desde que estamos incursos en el Procedimiento de Déficit Excesivo, España no ha sido fiel a sus compromisos. A las pruebas me remito, la deuda pública no cede un milímetro y si parece que lo hace, se debe exclusivamente al crecimiento del PIB, que produce el efecto óptico de que la deuda respecto a él se mantiene.

En algo han sido hábiles los sucesivos gobiernos españoles durante este ya agotador periodo, en hacer creer a la opinión publica que el celo por el déficit público es una cosa de maniáticos hombres de negro, de persecutores del FMI y de alcones financieros de toda laya y condición. Nada que ver con la irresponsabilidad de gobiernos españoles del turno. Estos gobiernos solo piensan, como debe ser, en repartir generosamente sus deudas futuras, apoyados en las causas justas que a cada uno se nos pueden ocurrir.

A los gobiernos de Zapatero y Rajoy (y el de Sánchez apunta a lo mismo) lo que les gusta no es administrar, es gastar. Tienen envidia de las autoproclamadas ONG, aunque casi todas reciban dinero de distintos niveles de gobiernos. La señora Calviño anuncia a sus colegas que la reducción del déficit hasta el 2,7% del PIB comprometida para 2018 se quedará en el 2,2% y que el 1,8% previsto para 2019 se reducirá sólo hasta el 1,2 por ciento. Y lo enuncia sólo como si fuera un requisito administrativo, no una calamidad para la economía española.

El Gobierno dispone de estos dos ejercicios para tratar de demostrar que la economía española seguirá con ellos su senda actual de crecimiento. Con el incumplimiento de las previsiones de déficit cree poder insuflar entre 0,4 y 0,5 puntos al crecimiento del PIB y presentarse a las elecciones con un expediente de prodigalidad expansiva que puede engañar el ojo agradecido de los electores.

La maldita combinación de la subida de varios impuestos anunciada ya oficialmente por Sánchez en su esquemática comparecencia en el Congreso de los Diputados con la renuncia a reducir el déficit en la manera prevista, va a tener una incidencia clara en el peor impuesto, que es la inflación, de la que ya casi nadie habla, excepto para volver al viejo y retrógrado sistema de las indexaciones de rentas.

Thomas

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