Pensaba escribir esta semana sobre Pedro Sánchez y su bisoñez, pues tengo la triste sensación de que llegó al cargo pensando que ser presidente del Gobierno le otorgaba un poder omnipotente, y seguro de que si sus antecesores no solucionaron algunos problemas estructurales de la España actual era porque no quisieron. En su infinita bondad obviaba el ínclito que existe un Estado de Derecho, que no es eterno, pero sí férreo. Que se puede cambiar, pero no con la ayuda de sus compañías.
Y así llega a estados de desgaste personal y político que no conducen a ningún sitio, pues no es fácil desenterrar a Franco ni cambiar la ley de reforma laboral. No puede hacer pública la lista de amnistiados fiscales ni cambiar la ley de Educación, al menos para mejorarla, como tampoco lo es reformar la de Seguridad Ciudadana ni el Consejo de TV ni convertir Cataluña en un Estado y otra serie de realidades con las que irá chocando.
A cambio, ¿qué ofrece este hombre a los españoles? Nada. ¿Qué ofreció a los partidos más destructivos de España para que lo apoyaran en su ascenso? Nada que pueda cumplir sin delinquir. Pero se da cuenta ahora, cuando ha debilitado a España, y para paliar su ineptitud recurre, como la iglesia, al boato, a la pompa, al avión oficial, a la pose, en definitiva al pedestal de la opulencia. Solo así, marcando paquete institucional, consolida su poder ante el pueblo, ya que no puede de otra manera. Y no he nombrado la corrupción en su partido, contra la que le va a ser muy difícil actuar, dado que, al igual que en el PP, es estructural.
Sin embargo, me ha parecido más importante hablar de Pablo Casado, el recién elegido presidente del PP en una suerte de primarias que no todos llegan a comprender, pero primarias al fin y al cabo.
Sobre él se cierne, cual espada de Damocles, su máster, ese título que, a juzgar por lo que se lee, facilitaba la Universidad Rey Juan Carlos a los próceres políticos sin esfuerzo alguno.
El que suscribe espera, no por afinidad política por quién asegura un giro a la derecha dentro de un partido que ya lo era, que el nuevo líder haya dado el paso de presentarse a las elecciones y se haya esforzado por ganarlas sabiendo que todo lo escrito sobre su título es mentira, de lo contrario la patada en salva sea la parte que se va a llevar va a ser morrocotuda, y vendrá de sus propias filas.
Supuesto lo anterior miremos qué trae Casado en su báculo. A priori, lo único que encuentro son contradicciones, veamos. Nos promete una renovación tranquila, cosa que me satisface; todo lo que el ser humano hace tranquilo lo suele hacer bien. Pero se apoya en la esencia más conservadora del partido, avisa de un volantazo a la derecha y reabre en sus primeras declaraciones un debate tan manido, obsoleto y casposo como el aborto. ¡Hombre de Dios! ¿No había otro tema más moderno en cuanto a propuestas sociales que ése? ¡Que sus adversarios ya hablan de la igualdad del colectivo LGTB, de eutanasia, de cambio de sexo subvencionado… y la pregunta que se me ocurre es: ¿De dónde han sacado a este hombre que obvia los problemas de los jubilados, la educación, el paro, los sueldos, la reforma laboral, el agua, el separatismo, el I+D? Por no hablar de la corrupción en su partido, circunstancia que le ha llevado a él donde está y como está (véase máster de Casado).
En fin, que ni por un lado ni por otro veo motivo para muchas alegrías. A mí, en mi ignorancia política, también debo de ser un bisoño, me hubiera gustado que Sánchez sí hubiera dado un pequeño giro a la derecha para ganar el centro, que hubiera demostrado ser un hombre de Estado manteniendo a raya a los separatistas y hubiera acometido la reforma laboral, la subida de las pensiones, de los salarios de los funcionarios -estas dos últimas plegarias parece que sí las va a acometer- y un cambio en la política de Educación que acabara, de una vez por todas, con tantos despropósitos como se han hecho hasta ahora. Para ello esperaba de Casado un leve giro a la izquierda que ofreciera una nueva alternativa a todas estas circunstancias y que entre ambos -no puede ser de otra manera- acometieran una reforma constitucional que reordenara la configuración territorial del Estado de un modo más jacobino y al menos la política de educación. Pero no va a ser posible, ninguno de los dos está a la altura de las circunstancias.
La única luz que por el momento veo al otro lado del pasillo en estos aspectos es Cs, que si se anda listo podrá ocupar el centro que tan vacío se está quedando, pero aún nos queda mucho que tragar hasta jugar esa carta.
Antonio Marchal-Sabater